Joseph Goebbels es uno de los personajes más famosos del siglo XX, tanto que su nombre pasó a ser sinónimo de pensamiento único y de regimentación de la opinión pública. Fue el ministro de propaganda de Adolfo Hitler, y este dato basta para imaginarse todo lo que había detrás del policía del pensamiento: contribuyó a fabricar el mito de Hitler y a generar un ambiente de odio y discriminación racial.
No fue solo el nazismo el que armó su aparato de información: otros totalitarismos como el de Stalin en la URSS trajinaron los mismos caminos. Irónicamente, todos tuvieron sus mismos desenlaces. Sembraron vientos y recogieron tempestades. No bastaron esas experiencias del siglo XX, y no han faltado regímenes políticos que hayan pretendido controlar la opinión pública, y sembrar en la mente de la gente la única versión posible de la realidad, aquella que difunde los intereses del gobierno y trata de acallar las opiniones independientes.
No hay ni habrá otra verdad. La palabra oficial ingresa así a una especie de zona sagrada, nadie podrá refutarla y será la única verdad que debe guiar a la gente. Pretender esto en la era mediática parecería un despropósito o un anacronismo. No obstante, hay quienes desconfían tanto de lo que hacen y de lo que dicen que sienten la necesidad de armar aparatos como los del doctor Goebbels, aunque las dimensiones sean distintas y también los tiempos. Los esquemas y los propósitos, no obstante, no cambian. Regimentar el pensamiento y controlar la información parecen convertirse en instrumentos de dominación y control del poder y de la sociedad. Uno de los mandamientos del doctor Goebbels era este: «Una mentira repetida mil veces se convierte en verdad».
En medio de una crisis constitucional y en vísperas de un inevitable proceso electoral, el Gobierno anunció de manera sorpresiva que aplicaría un nuevo Sistema Bolivariano de Comunicación e Información que «engloba a todo el pueblo en un solo sistema comunicacional». El propósito se formuló así: «Una estrategia para combatir los intentos de la derecha de invisibilizar la obra de la Revolución». Utilizando la misma gramática oficial, «el Sibci busca promover el papel del pueblo como agente activo de la comunicación y la información, con la finalidad de combatir las falsas informaciones que difunden los medios de comunicación privados».
En resumen, al nuevo sistema se le asigna una especie de misión beligerante, la de convertir a cada ciudadano en vocero oficial, provisto, ¡vaya imaginación! de un megáfono. Estamos en la era mediática y es muy poco probable que estos ensayos puedan tener éxito.
La verdad es que no resulta fácil «invisibilizar» la obra del Gobierno. Si uno recorre la autopista Caracas-Valencia podrá ver gigantescos elefantes rojos. Si va a Guayana, verá paralizadas las empresas básicas. Si va a la morgue de Bello Monte, ¿quién negará lo que sucede? ¿Quién podrá «invisibilizar» la oscuridad?.
Fuente: EN
Editorial de El Nacional