El Chef y consultor especializado en neurogastronomía aplicada, Merlín Gessen, asegura que “las recetas que se transmiten por la experiencia de cocinarlas juntos, se transforman en tradiciones familiares que son muy poderosas”
Más allá de una necesidad, cocinar y comer en familia se convierte en una experiencia que nutre el alma y fortalece los vínculos afectivos. Alrededor del fogón y la mesa se comparten anécdotas, se enseñan recetas y se crean momentos memorables que forjan la identidad familiar.
Según el Chef, consultor en neurogastronomía aplicada y aliado de Plumrose, Merlín Gessen (@merlingessen), esta práctica de compartir la mesa reduce el estrés y aumenta la alegría, fortaleciendo al mismo tiempo el amor y la unión familiar.
Más allá de los beneficios emocionales, esta práctica también tiene un impacto positivo en la salud física. Cuando comemos en compañía de seres queridos, el cuerpo libera las hormonas de la felicidad: oxitocina, dopamina, serotonina y endorfinas.
Estas hormonas generan una sensación de bienestar que reduce el estrés, un factor que puede afectar negativamente la digestión. En un ambiente relajado y agradable, el cuerpo se predispone para una mejor absorción de los nutrientes, optimizando el proceso digestivo.
En este sentido, aseveró Gessen que “cuando las personas se sientan a la mesa con su familia y seres queridos para comer, alimentan tanto al cuerpo como a su identidad. Es un momento donde, de manera natural, cuentan hechos de lo cotidiano y recuerdan anécdotas del pasado”
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Fuente: Comstat Rowland Comunicaciones Estratégicas