No hablamos ahora del repertorio de regalos que se envían a un matrimonio porque no se trata aquí de nupcias, a menos que sean con Satanás. Nada que ver con las ofrendas que se conceden a los novios antes de una rumbosa recepción, de esas que salen en las páginas de eventos sociales de los periódicos. Seguramente el asunto ocupará las páginas de los diarios, pero por motivos que no se relacionan con el sacramento que une a las parejas hasta que la muerte las separe, ni con las formalidades que llenan los recién casados ante un juez de la república para certificar su casamiento. Quizá también tenga que ver un juez con el episodio, pero por razones alejadas del nexo que las personas refuerzan para iniciarse en la formalidad de la vida en pareja.
El general Vladimir Padrino, ministro de la Defensa y uno de los oficiales más cercanos al usurpador, ha pregonado a través de los bombos del Twitter que ha mandado a la Secretaría del Tesoro de Estados Unidos de América la lista completa de los generales y los almirantes que sirven bajo su comando, para que el imperialismo pesque en ella a los que no ha sancionado todavía por sus delitos contra el pueblo venezolano y contra la legislación internacional. Aquí les mando una nómina redonda, anuncia con la mayor desfachatez, para colaborar con su trabajo de castigadores, para que sepan que no les tenemos miedo y que todas las charreteras son solidarias con las que van a pasar por las horcas de las fiscalizaciones aduaneras, bancarias y tributarias de una potencia insolente.
Surgen unas primeras curiosidades en torno a la estrambótica facilidad que el ministro brinda a los perseguidores: ¿consultó con los interesados, antes de colocarlos en orden alfabético frente a unas autoridades extranjeras para comodidad de su inquisición?, ¿después de la consulta, en caso de que hubiese ocurrido, estuvieron todos de acuerdo en meterse mansamente en la boca del lobo porque se los pidió el oficial superior entre los superiores?, ¿se han ofrecido como futuros candidatos a la persecución para complacer al jefe, porque son bizarros como ninguno y porque no tienen nada que ocultar, ni siquiera un pecadillo venial?
Allá ellos con sus respuestas, pero quizá no sepan, en medio de la candidez grupal que hoy los caracteriza, que han sido víctimas de una antigua presión de origen soviético a través de la cual se trataron de evitar condenas particulares o censuras específicas de funcionarios de la alta burocracia y de dirigentes del Partido Comunista, mediante una presentación de naturaleza general que exculpaba a los delincuentes de infracciones individuales, aun de las más escandalosas, porque formaban parte de una virtud colectiva, de una misión al servicio de la patria revolucionaria, de un plan superior que los convertía en sujetos a quienes no podía tocar la justicia ordinaria.
No había manzanas podridas en el Kremlin ni en los despachos de los bolcheviques, a menos que la autoridad anunciara lo contrario. Por consiguiente, los funcionarios y los militantes más destacados debían hacer causa común con sus colegas delincuentes, o sospechosos de conductas chocantes con la legalidad, para cumplir con la misión ineludible de proteger el honor del establecimiento revolucionario. Así se taparon muchos crímenes, hasta cuando algunos de los presionados contaron lo que les había sucedido, hasta cuando los superiores se vieron obligados a abandonar el poder o hasta cuando la inefable historia se encargó de descubrir las connivencias. Si hubo matrimonios entonces, no fueron con la verdad ni con la decencia.
Editorial de El Nacional