La isla de Mugabe

La guinda de la torta en la Cumbre del Movimiento de Países No Alineados, cuyo circense montaje ocurre en nuestra pobre pero honrada isla de Margarita, ha sido la llegada del «héroe africano» Robert Mugabe, notable estadista y reconocido demócrata que lleva en el poder la pelusa de 32 años.

 

 
Así es que se manda, camaradas, como lo hizo Fidel en Cuba y le sigue de cerca Daniel Ortega en Nicaragua, siempre dueño y señor de todos los poderes y riquezas, y también de las mentiras y los engaños, destruyendo cualquier sueño de democracia y libertad.

 

 
Que llegue el sanguinario dictador Mugabe a participar en una cumbre de tanta alcurnia y prestigio entre los enemigos de la democracia, no hace sino confirmar que la Venezuela bolivariana ha entrado en una espiral desmoralizante y autodestructiva que la conduce a pasos agigantados al pozo séptico de la historia.

 

 
Que sus amigos del exterior sean Robert Mugabe, Raúl y Fidel Castro, el iraní Hassan Rohani, Madmoud Abbas, de Palestina, los vicepresidentes de Angola, Manuel Domingo Vicente (pro cubano), y de Surinam, Ashwin Adhin, cuyo jefe máximo no solo fue un militar golpista sino que parte de su familia ha sido señalada por sus presuntos narcovínculos; el embajador de Siria ante las Naciones Unidas, Bashar Jaafari (otra joyita), además de Evo, el publicista internacional del uso «medicinal» de la hoja de coca, y su carnal Correa, que ya va en retirada a su cómodo refugio en Europa. La verdad es que si alguien le propusiera al director estadounidense de cine Quentin Tarantino, este no podría hacer el casting con tanta puntería y fidelidad a los valores e intereses de los invitados a esta cumbre internacional del despotismo, en la que se juntan todas las piezas del autoritarismo y del cinismo antidemocrático. Tanto gastar dinero y esfuerzo para que todo terminara en un sofocante aquelarre de cadáveres políticos insepultos.

 

 

 

Si alguien en el gobierno bolivariano tuviera al menos varias neuronas de medio uso, hubiera pensado que reunir a tantos malos de la película en una isla, hermosa y plácida, sería no solo un abuso sino también un desatino de marca mayor si lo que se busca es elevar desde el subsuelo, algunos centímetros no más, la imagen internacional de Nicolás. Es como si la recién santificada monja Teresa de Calcuta apareciera, con el perdón de los lectores y del papa Francisco, en un spot publicitario alabando las virtudes de los casinos de Las Vegas. Esa no existe. Pues así lo han hecho, olvidando de paso el castizo refrán dime con quién andas y te diré quién eres. Si el señor Maduro ya andaba escaso internacionalmente de puntaje democrático, se las verá ahora no solo verdes sino maduras, en honor a su apellido.

 

 
El director de escena no se quedó atrás en el montaje de semejante esperpento y, para males mayores o generales que también se las traen, pidió realzar el porte mandón de los actores con una escenografía castrense que destilara orden y fuerza.

 

 
Entre las unidades militares y los señorones invitados nació así en Margarita una tierra de nadie, con refugiados bolivarianos que acamparon en tiendas de las que comúnmente usan las fuerzas de paz de la ONU. Un acierto.

 

 

 

Editorial de El Nacional

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