El expresidente e historiador Ramón J. Velásquez falleció a los 97 años de edad.
Ramón J. Velásquez llegó a comentar públicamente que no le gustaban las sorpresas. «Por muy buenas que estas fueran». Curiosamente, una breve y decisiva parte de su existencia política fue una sorpresa. Esa apresurada postulación que lo convirtió en Presidente (1993) fue un reto al que no pudo negarse. El país vivía un momento crítico. Era necesaria la conciliación y la búsqueda de salidas rápidas. En principio, lo más urgente era mostrar ante la nación, el rostro de un hombre sereno, lúcido y de probada decencia dentro del escenario aún sensible, tras la defenestración del presidente Carlos Andrés Pérez, en 1993.
Ganado por la coherencia aceptó la presidencia, pero antes declaró que en su gestión no haría milagros. Se curaba en salud, pues el entusiasmo inicial y espontáneo suele caer en el pesimismo. Con humildad reconoció las dimensiones de sus debilidades pero no hizo de lado el tamaño de su fe y su moral. «Puede que la borrasca de la crisis barra de aquí, pero mientras tanto vamos a empeñarnos en un acuerdo. Vamos a tomar conciencia de que esta es la crisis más profunda y larga del siglo, porque el país creció, se transformó en una sociedad moderna. Las exigencias y expectativas de las sociedades son mayores y el desajuste social también», señaló.
Asumió el cargo en un acto sencillo y se convirtió en protagonista de un período de transición durante la última etapa del período constitucional que se inició el 3 de febrero de 1989, bajo la presidencia de Carlos Andrés Pérez, y tendría como tarea crucial evitar cualquier traspié que impidiera la celebración de elecciones y la continuidad de la democracia. Y condujo a la nación hacia las elecciones de diciembre de 1993 que ganó Rafael Caldera.
Buen conversador
Velásquez será recordado como un maestro de la conversación. Disfrutaba de ese viejo arte y sabía escuchar. Como buen andino, una charla se hacía más placentera con un buen café negro. No ocultaba su gusto por la música y en «las altas horas de insomnio» escuchaba vallenatos o la música del inmortal José Alfredo Jiménez, ese intérprete infaltable en una rocola.
Durante su vida ejerció múltiples tareas, él aclararía, «unas con más aciertos que otras», pero por herencia su vocación era enseñar en diversas circunstancias y frente a los más variados auditorios. Invirtió mucho tiempo en el estudio de la historia política y social con el propósito de llevar un relato veraz del devenir de los venezolanos. Se empeñó en rescatar y abrir archivos para los nuevos historiadores. Quería que el pensamiento venezolano fuera información accesible.
Miraba a Venezuela con las reservas de quien la conoce. Más que democrática, igualitaria y parejera, por eso era tan importante fomentar la convivencia. Recuerda episodios de la Guerra Federal, un trozo dantesco de vida nacional, que estuvo a punto de llevar al país a una división por la violencia convertida en explosión de odio racial, social y regional. Las provincias contra Caracas. Aunque parezca exagerado, era un grito repentino contra los que sabían leer. Guzmán Blanco ya lo había dicho, este país es un cuero seco, que se pisa aquí y se levanta allá. «Hoy, la gente vota más por rabia que por conciencia; hay que insistir en que la violencia no engendra revoluciones. El cambio se hace a través del voto».
A Miraflores por la democracia
Sin olvidar la turbación que le causó una presidencia tan imprevista, dijo que cuando pisó Miraflores nadie apostaba a que terminaría el período. Enfrentó una aguda crisis nacional y logró entregar buenas cuentas.
Sus primeros 30 años de trabajo intelectual estuvieron abocados al periodismo. En el oficio sostuvo que «el cumplimiento de una ética nos convierte en testigos de la historia y de la verdad». Fue director de la revista Elite, durante la dictadura de Pérez Jiménez, y fue a prisión por 18 meses en Ciudad Bolívar junto a José A. Catalá y Simón A. Consalvi, por la autoría intelectual y material de «Venezuela bajo el signo del terror», publicación ilegal que circuló poco tiempo, ante las narices de la policía política del régimen. También dirigió el diario El Nacional.
Años más tarde, expresó su indignación como Presidente, por el episodio del indulto al procesado por narcotráfico. Larry Tovar Acuña. No merecía ser empañada por esa trama.
Ramón J. Velázquez falleció ayer a los 98 años. Sus restos serán velados en el Cementerio del Este. Paz a sus restos.
EL UNIVERSAL