Sigue siendo Venezuela un caso de estudio. Por donde se vea, el país tiene cosas que contar que no pasan en ningún otro lado del mundo. Sin embargo, hay algunas que podían haberse pronosticado porque son consecuencia de las acciones de gente cuyo resentimiento nos ha puesto en esta pesadilla.
¿Qué hacemos con la guerrilla colombiana? La respuesta a esta pregunta estuvo clara hasta hace aproximadamente 25 años atrás. Los militares la combatían en la frontera y trataban de que no establecieran mayores negocios en tierra venezolana. Fueron intentos, hay que estar claros, que no siempre pudieron llamarse victoriosos.
Pero la mayoría de la Fuerza Armada Nacional sabía en aquel entonces que nada tenía que ver con los objetivos “políticos” ni de “negocios” (narcotráfico) que eran vitales para ese grupo subversivo armado que azotaba a la población en el hermano país con sus prácticas cruentas de secuestros y atentados.
Ahora es otra cosa. Todo es borroso, sinuoso, nada claro. Como la propia frontera entre los dos países. Los que no han estado por esas tierras pensarán que hay una línea divisoria perfectamente demarcada entre los dos territorios, pero no es así. Hay que conocer mucho la zona, manejar mucha información estratégica para saber dónde termina uno y comienza el otro. Se llama “frontera viva”.
Y esa ha sido la excusa de los de allá y los de acá. Hace ya más de 20 años que el comandante muerto dejó sentadas las bases para las relaciones de Venezuela con la guerrilla. Los líderes de esos grupos sangrientos y narcotraficantes también lo dejaron claro: en ellos el chavismo tiene un amigo leal y un escudo de defensa. Entonces, hacer negocios juntos, esconderlos, darles aliviadero era la consecuencia lógica.
Lo que pasa es que se ha relajado la línea de mando, parece. Ahora todo es confuso y nadie sabe quién está con quién. Para cualquiera que los vea desde lejos, los recientes enfrentamientos en Apure podrían explicarse como que la Fuerza Armada Nacional trata de expulsar a los narcoguerrilleros. Pero resulta que si se ve con lupa, parece que es otra cosa muy diferente.
Son bandos enfrentados con un tercero que apoya a un solo lado. Y así, después de más de 20 años de que el comandante muerto augurara públicamente el reconocimiento de las FARC como fuerza beligerante, ahora se les defiende en esta parte del territorio. Venezuela entonces está metida hasta el fondo en un conflicto armado que tiene muchas décadas y que se ha llevado por delante a demasiada gente inocente.
Como conclusión, hay una guerrilla más rojita que otra, y los militares venezolanos deben protegerlas como si fueran compañeros de armas. Qué vergüenza para el que quiera al país y tenga principios éticos.
Editorial de El Nacional