La población suní de Mosul celebra como una liberación el yugo del ISIS pese a la ‘sharia’
Soldados y funcionarios huyen por temor a represalias y ocupan áreas en la frontera kurda
El cabo Shaalan Abdulwahad recorre el árido paisaje del campamento de desplazados maldiciéndose por haber obedecido la orden de abandonar Mosul, la segunda ciudad del país tomada desde el lunes por los extremistas del Estado Islámico de Irak y Siria (ISIS). «Nos obligaron a retirarnos. ¿Qué podíamos hacer si fueron los comandantes los primeros que huyeron?», se pregunta el desertor de 25 años mientras deambula por las decenas de tiendas de plástico plantadas en la frontera con la región autónoma del Kurdistán. Desde que el ejército iraquí se derrumbara como un castillo de naipes, unas 500.000 personas han escapado de Mosul.
Para los desplazados que no tienen familia en suelo kurdo ni dinero con el que garantizarse un techo, las autoridades han construido a contrarreloj cuatro campamentos cerca de pasos fronterizos como el de Jabat, a unos 60 kilómetros de la ciudad que patrullan los yihadistas. En su perímetro vive desde hace días Shaalan, con la ropa de civil que se enfundó en mitad de la desbandada. Los ‘peshmergas’ -las competentes tropas kurdas- le han vetado la entrada a Erbil, la capital del Kurdistán, y el ISIS -que ha iniciado la purga- le busca. «Le han dicho a mi familia que tengo que volver y que debo entregarme para ser juzgado. Pero prefiero el suicidio antes que capitular ante el ISIS», explica inquieto por el destino de la esposa e hijos que quedaron atrapados en su ciudad natal.
Vida en los campamentos
Bajo un sol de justicia, un centenar de familias se acostumbra a la vida sin lujos del campamento. Muchos de sus habitantes terminaron entre sus lonas azules por miedo a las represalias de un grupo adiestrado en los ataques suicidas, las ejecuciones sumarias, la tortura o el secuestro. «Me siento amenazado. En Mosul me dedicaba a transportar a militares y policías», confiesa Jaled, un taxista de 37 años que junto a su mujer y sus cuatro retoños puso los pies en polvorosa la madrugada del martes. «No queríamos venir hacia aquí pero tuvimos que cambiar los planes porque el ISIS instaló un puesto de control en la autovía hacia Bagdad», confiesa. «No sabemos qué nos deparará el futuro pero no pensamos volver jamás», agrega su cónyuge Mayam mientras acuna a su bebé de diez meses.
La mayoría de los moradores del campamento mantiene a sus parientes al otro lado. Los teléfonos móviles se han convertido en el hilo que les mantiene unidos. De las noticias que llegan alarma la presencia en filas rebeldes de ex generales del partido Baaz, de Sadam Husein, entre ellos Ezat Ibrahim al Duri, vicepresidente del país en tiempos del dictador. Además, para desgracia de los ‘exiliados’, la irrupción de los encapuchados ha despertado amplias simpatías entre una población suní que se siente marginada por el gobierno del primer ministro Nuri Maliki, de confesión chií. «Son sólo aquellos relacionados con el que llaman el ejército de Maliki los que están sufriendo su yugo. El resto de la gente está feliz. Han cesado los asesinatos y las explosiones, se ha reanudado el suministro de electricidad y se han abierto las carreteras que permanecían bloqueadas por muros y puestos de control», relata Shaalan.
Ley del terror
La nueva autoridad, sin embargo, ha impuesto la ley del terror que aplica en sus cuarteles de la vecina Siria. Un pasquín, con su interpretación fundamentalista de la ‘sharia’ (ley islámica), ha empezado a circular por la ciudad prohibiendo el alcohol y el tabaco y pidiendo a las mujeres que «permanezcan en el hogar y no salgan si no es necesario». El folleto advierte, asimismo, que los empleados del Gobierno serán ajusticiados a menos que declaren su arrepentimiento. Fuentes de la seguridad kurda reconocen a este diario que la calma relativa que se ha instalado en los últimos días en Mosul ha menguado las hileras de vehículos que tratan de acceder a Erbil.
Pero un movimiento de Bagdad, sumido en la parálisis política, podría resucitar el aluvión inicial. «Estamos preparados para que el flujo de desplazados aumente si el Gobierno decide lanzar ataques aéreos sobre Mosul», afirma el funcionario Barzan Ali, coordinador del campamento de Jabat. Hay residentes que ya han inaugurado el éxodo atemorizados por una ofensiva similar a la que las autoridades lanzaron contra la insurgencia el pasado enero en la provincia de Anbar y que ha resultado ser una operación sangrienta con ataques indiscriminados y bombardeos sobre zonas residenciales.
El escenario de una intervención aérea de Estados Unidos también reactivaría el éxodo. «Si América interviene, los que tendrán que huir son los del ISIS», replica sonriente Saad Husein entre el laberinto de jaimas.
Fuente: Agencia
Imagen: Mujeres iraquíes en un campo de refugiados de Aski, a 40 kilómetros de Erbil