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La fiesta general del crimen

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La fiesta general del crimen

 

Maduro y su gobierno (no se rían) socialista acostumbra dar a conocer muy militarmente “partes oficiales” sobre la violencia que reina en este desventurado país. A estas alturas, luego de 20 años de desaciertos y mentiras, ya no le queda ni tantito así de cinismo en el tanque para seguir repitiendo que “todo está bajo control”.

 

 

 

Pero como la presión social, especialmente en los sectores populares, sigue subiendo y el descontento ya produce muy a menudo noches de insomnio presidencial, hay que salir a declarar ante la prensa (es decir, ante sus medios y los periodistas oficialistas) que no es tan cierto eso que informa por allí la derecha recalcitrante en el sentido de que en cada esquina hay un Pedro Navaja comunal esperando para despojarte de tu celular, de tu automóvil o de tu moto y, dolorosamente, de tu propia y martirizada vida.

 

 

 

 

Los Pedro Navaja de la quinta república tienen sus dientes de oro pero no son el producto del Arco Minero (de eso se encargan los rojitos y los verde oliva), sino de la sistemática libertad que sienten los malandros no solo a la hora de robar y salir huyendo, sino de matar a los ciudadanos indefensos luego de cometer sus fechorías.

 

 

 

Esa es la esencia o, más bien, el muro que ha sido hoy echado al suelo como sucedió con el tenebroso muro que dividía Berlín, en la época en que la rolliza señora Bachelet se refugiaba bajo la protección de la Stasi, la policía eficiente y mediocre a partes iguales, retratada en la película La vida de los otros. Ciertamente los delitos en esa parte de Alemania eran, en apariencia, de menor cuantía, pero la cúpula del partido robaba, o mejor dicho, saqueaba más y mejor en función de sus intereses familiares y particulares, el tesoro público.

 

 

 

Cuando el ministro de Interior y Justicia, general Néstor Reverol, asevera que “el gobierno redujo el índice de delitos en 27% en el primer semestre, en comparación con el mismo período de tiempo del año 2017”, pues, a no dudarlo, se está metiendo un autogol porque él era el ministro de policía para ese año y con esto confiesa que solo redujo en un ínfimo 27% (cifras dudosas, como todas las bolivarianas) las deficiencias de su propia gestión del año 2017.

 

 

 

A ese paso de morrocoy artrítico tardaremos medio siglo en zurcir (si conseguimos a una laboriosa señora española exiliada en Venezuela por el dictador Franco) las troneras que en 20 años los militares no han logrado hacer desaparecer en esta heroica y marcial etapa bolivariana. Y hágase caso de que nos referimos a una parcela del crimen organizado que ejerce como dueño y señor de la casa, con todos los privilegios económicos y fueros judiciales que fortalecen y hacen inmutables sus vicios de corrupción.

 

 

 

Vale la pena preguntarse si el ministro Reverol ha sumado a sus esperanzadoras cifras sobre la caída de los delitos del hampa común, el hecho cada vez más relevante de la corrupción que denuncia (con afán de venganza no disimulado) el fiscal general de la nación, el ex amigo de los periodistas, el abogado Tarek Saab. ¿No constituyen delitos graves la denuncia oficial de casos millonarios de “asociación para delinquir” de altos funcionarios de Pdvsa?  Así como lo que ocurre en la Contraloría con ese delito nauseabundo de nepotismo. ¡Ay, general, los atracos son apenas el tequeño de los grandes delitos!

 

 

Editorial de El Nacional

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