Una insólita, aunque no imprevista barrabasada o madurada, que ya la sinonimia entre ambos términos es total, acaba de cometer el jefe civil — ¿por imposición u órdenes de los que vienen manejando el guiñol? —, no sólo por extender una emergencia económica que sirvió únicamente para agudizar la crisis y potenciar las penurias que, como castigo por el rechazo a su gestión impone a la ciudadanía, sino — atrevimiento, impudor o tupé — al decretar un “estado de Excepción” (la mayúscula tendrá sus razones mas no explicaciones) y que “para proteger nuestra patria” y, ¡no faltaba más!, “denunciar, neutralizar y derrotar la agresión externa, extranjera que se ha iniciado contra nuestro país”.
Ante tamaño delirio cabe preguntarse si no se habrá fumado la lumpia de Aristóbulo o, si en vez de soñar con el habitual pajarillo, tuvo una pesadilla en la que se le apareció uno de los zamuros a los que encomienda el cuido de la carne y le dejó entrever que la masa no está para bollos y ponte duro, Nico, mira que ya la gente no te respeta, se burla de ti y no teme firmar para aventarte de la silla ni tiene miedo de quedarse sin empleo que, si a ver vamos, para nada le sirve trabajar con esos sueldos que no alcanzan para ir tirando, así que échale semilla a la maraca pa´que suene, porque si te resbalas te van a revocar, chico, a pesar de las trapisondas del CNE y el celestinaje del TSJ.
No es para chercha lo que acaba de decretar Maduro; la historia de nuestros países está casi en su totalidad escrita con los abusos y atropellos cometidos en esos períodos durante los cuales las garantías constitucionales, ya de sí irrespetadas cotidianamente, no tienen validez alguna. Es la legitimación del disparar primero y averiguar después, que convierte a los agentes de la represión en desbocados gatillos alegres que pueden actuar impunemente, con la seguridad de que no tendrán que rendir cuentas a nadie. En fin, que mientras dure el eclipse constitucional, la vida vale tanto como un huevo o una canilla; y, si ya con una criminalidad fuera de control el común de las personas no se aventura a las calles después de las 3 de la tarde — la hora en que mataron a Lola —, ahora tendrá que refugiarse en sus hogares todo el santo día.
El putsch judicial en progreso que, con vaselina, nos ha venido zampando la tribu caciqueada por el capitán del mazo, ha culminado en autogolpe perpetrado sin disparar un tiro al arrogarse Maduro, burlando la carta magna y porque le sale vaya usted a saber de dónde, superpoderes no establecidos en ésta. Pero ya lo había dicho Istúriz el navegante: aquí no hay gobierno, hay revolución. O sea, pues, que hacemos lo que nos plazca porque en revolución lo extraordinario es lo usual y la excepción es la regla. Así de simple. Lo peor, es que este arrebatón se ha consumado y, como si nada, seguimos jugando ¿podré?, ¡podrá usted!, ¿cuántos pasos daré?
Editorial de El Nacional