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La democracia y el pueblo

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La democracia y el pueblo

No hay posibilidad de fundar un sistema democrático sin el respaldo popular. Todo lo que se piense en los despachos de los líderes, en los escaños del Capitolio y en la casa de los partidos políticos está condenado al fracaso si no cuenta con el calor del pueblo. Nada que se piense a solas, o apenas entre un grupo de personas que se sientan tocadas por el dedo de la historia, llega a puerto cuando la navegación es hecha apenas por un puñado de tripulantes.

 

 

López Contreras se vio obligado a cambiar su ruta, a distanciarse de su cuna gomecista y a ofrecer senderos de transición por el surgimiento de manifestaciones populares que lo presionaron para que no se pareciera al tirano antecesor. Una multitud agrupada alrededor del movimiento estudiantil que renacía y deseosa de escuchar la voz de los venezolanos que regresaban del exilio se plantó frente a los baluartes del poder que no se había retado en lo que iba de siglo y pudo obligar a trasformaciones de notable importancia.

 

 

El movimiento octubrista de 1945 solo pudo proponer el diseño de una sociedad moderna y participativa porque la gente se echó a la calle para acompañarlo. Lo que al principio fue un designio pensado y realizado por un grupo minúsculo de civiles y militares tuvo como respuesta la presencia activa de una sociedad que estaba entusiasmada por salir de la modorra y por ayudar en la obra de una vida realmente republicana y democrática que se guardaba en los libros de historia y en doctrinas etéreas, pero que ya estaba al alcance de la mano como faena hecha entre todos. Cuando el pueblo no respaldó el proyecto, cuando la gente miró desde la distancia lo que hacía la nueva dirigencia, todo se desplomó.

 

 

El derrocamiento de Pérez Jiménez dio paso a un lapso democrático de estabilidad y a una mudanza sustancial de la vida porque contó con el respaldo de las mayorías de la sociedad. No fueron esas mayorías las que lo echaron del poder el 23 de enero de 1958, sino un elenco de políticos y militares, pero en adelante las transformaciones dependieron de una conducta masiva en su respaldo. Bien cuando se opusieron a intentos subversivos, o cuando acudieron puntualmente a los procesos electorales o al llamado de sus partidos y de sus sindicatos, las mayorías populares se convirtieron en baluarte de una república capaz de impresionar por sus ejecutorias. Así mismo, al alejarse de los líderes y de los partidos de entonces, o porque esos partidos y esos líderes no supieron mantener su compañía, el edificio se fue desplomando para dar paso a la lamentable aventura chavista.

 

 

Estamos ante hechos indiscutibles de nuestra historia contemporánea sobre los cuales debe pensar hoy la dirigencia de oposición para no arar en el mar. Debe sentir y entender que a solas no llega ni a la esquina. Pero también debe reflexionar sobre la materia el pueblo soberano: su asistencia no es solo necesaria en la actualidad, sino obligante, porque, en definitiva, el pueblo no es un invitado de ocasión, sino siempre su propio redentor.

 

Editorial de El Nacional

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