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La Copa también es nuestra

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La Copa también es nuestra

Tras veinte años de triunfos europeos, la Copa Mundial de Fútbol regresa a Suramérica en los pies de Leo Messi y la pandilla de jugadores argentinos que lograron la victoria el domingo en ese vibrante partido final sobre la poderosa selección francesa: cada vez, por cierto, más hija de la inmigración.

 

 

Nunca antes en los 90 años que se llevan disputando los mundiales habían transcurrido cuatro ediciones consecutivas sin que alguna de las selecciones campeonas de Suramérica ―Brasil, Argentina o Uruguay― se alzarán con el codiciado título.

 

 

El equilibrio entre Europa y América se rompió con la entrada de este siglo global. Brasil se impuso en 2002 en el primer mundial asiático en la despedida de una generación muy exitosa de jugadores, pero desde entonces las selecciones suramericanas habían sido barridas del escenario mundial hasta la final del domingo de este atípico torneo celebrado, contra viento y marea, en Qatar.

 

 

¿Será simple coincidencia que en estas dos primeras décadas del siglo Suramérica se haya extraviado tanto en los campos de fútbol, como en la hoja de ruta para consolidar la capacidad institucional de sus Estados nacionales y superar la pobreza, erradicar la violencia y estar menos desnuda frente al azote medioambiental? ¿Avanzan más y mejor, también en fútbol, zonas de África y Asia que tradicionalmente lucían rezagadas en lo económico y social?

 

 

Mientras aparecen las respuestas y las soluciones, este es el momento de celebrar el triunfo de Argentina como si fuera de cada uno de los países de la región. Como si la Copa también fuera nuestra.

 

 

El éxito de un equipo que encontró en la unión –un término tan manoseado y de provecho demagógico– la fortaleza para recuperarse de la derrota inicial y controlar con temple partidos que en escasos minutos pasaron de la segura victoria a la probable derrota, como en la final del domingo.

 

 

Unión y liderazgo, expresado este en las figuras serenas del entrenador Scaloni y de su jugador estrella, Messi, conocedores de sus capacidades y del bloque de deportistas que los acompañan, y alejados de promesas populistas y falsas ilusiones.

 

 

¿Es más que una victoria deportiva? ¿Es un mensaje de optimismo y esperanza sobre la posibilidad de revertir lo irreversible si las cosas se hacen bien?

 

 

Messi es un liderazgo sin aspavientos, transparente, muy real y muy normal, que conduce al equipo con su ejemplo. Un jugador estratosférico con los pies en la tierra, que quiere abrazar a sus hijos tras alcanzar la cúspide de su abrumadora carrera.

 

 

El Mundial de Qatar deja la sensación de que las ventajas se acortan –ojalá no solo las deportivas– y un campeón que impuso el talento y la convicción sobre la fuerza. Deja también más cuestionada a la FIFA, donde reina la oscuridad y el deseo del control abusivo del juego y los jugadores. ¿A qué se nos parece?

 

Editorial de El Nacional

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