La competencia por el mejor cachito selló el renacer del comedor de la UCV

La competencia por el mejor cachito selló el renacer del comedor de la UCV

El calor de los hornos compitió con la memoria de un espacio redimido. Entre sus muros recuperados, el humilde protagonista del desayuno caraqueño fue tan protagonistas como aquel espacio donde 18 panaderos se enfrentaron a una batalla de más de 8 horas para definir el mejor cachito de Caracas

 

 

 

Dentro del comedor de la Universidad Central de Venezuela, el calor de la tarde del jueves 2 de octubre era un protagonista más. Se adhería a la piel, denso y húmedo, producto de la multitud congregada y de los hornos a altas temperaturas.

 

 

El aire se sentía cargado. Por un lado, el aroma inconfundible del pan recién horneado; por otro, el propio del sudor y el encierro.

 

 

Fue una jornada de sensaciones encontradas, un evento de alta cocina celebrado en condiciones de guerrilla. Dieciocho panaderías, las finalistas de un proceso que comenzó con doscientas veinte, competían por el título del mejor cachito de Caracas en su IV edición.

 

 

Pero el escenario de la contienda era tan relevante como el premio.

 

 

El comedor

 

 

Durante años, el comedor de la UCV fue la imagen del deterioro. Las filtraciones, los baños inservibles y la inseguridad lo convirtieron en un espacio fantasma dentro de la Ciudad Universitaria.

 

 

La comida dejó de servirse, las cocinas se apagaron y el lugar entró en un limbo de abandono. Para muchos ucevistas, esas paredes solo conocían el gris opaco de la suciedad, de la grasa, sin saber –en muchos de los casos– que debajo existían vibrantes mosaicos de colores amarillos, verdes y rojos.

 

 

Tras un año y medio de trabajos de restauración, el cambio era evidente. Y aunque la recuperación —impulsada con fondos gubernamentales y supervisada por la propia universidad— no ha terminado, el gesto de reabrir sus puertas para un evento de esta magnitud significaba un punto de inflexión.

 

 

El comedor volvió a la vida. A tener un propósito. De esta manera, la realización del concurso fue considerada como una especie de declaración.

 

 

Esa vida, sin embargo, se manifestó en forma liosa. La entrada, abierta a todo el público, fue desordenada. Adentro, la falta de sillas obligaba a la gente a permanecer de pie durante horas. La incomodidad era una constante. Pero nada de eso mermó la determinación de los panaderos.

 

 

Allí, a la vista de todos, amasaban, rellenaban y horneaban las piezas que serían sometidas al escrutinio del jurado. Concentrados en sus mesas de trabajo, preparaban sus creaciones en medio del bullicio, añadiendo con sus equipos más calor a una atmósfera ya sofocante.

 

 

Era una prueba de resistencia tanto como de talento culinario.

 

El cachito

 

 

El desafío era mayúsculo. El cachito caraqueño es una pequeña obra de arte que seduce primero desde la vitrina.

 

 

El grupo de jueces, compuesto por veintidós especialistas, tenía una tarea compleja. Un cachito ganador, según explicó el maestro panadero y director en la escuela de cocina Chef CampusMiguel Fernández, se define por detalles precisos.

 

 

Un color miel en la masa, un brillo final aportado por mantequilla real que suma aroma, y tres vueltas exactas que envuelven un relleno de jamón bien picado. Es una pieza que debe ser equilibrada, con un leve dulzor que no opaque el sabor de su interior.

 

 

 

El IV Cachito de Caracas premió a categorías: cachito tradicional y de autor de panaderías; cachito elaborado por panaderos artesanos y cachito de escuelas de cocina. Destaca Fernández que la evaluación se tornó especialmente interesante en la categoría de autor, donde la tradición dio paso a la innovación.

 

 

Uno de los participantes presentó un cachito cuyo relleno imitaba a un golfeado, y que además había sido abierto para insertarle un trozo de queso. Otro sorprendió con una mezcla de mortadela, pepinillos y mostaza, una combinación que estalló en la boca de los jueces.

 

 

En un gesto de ingenio y conciencia ecológica, hubo también una versión marina, un cachito relleno de cazón que rendía tributo al pastel de chucho oriental, y por supuesto, no faltaron las contundentes y siempre efectivas versiones con cerdo.

 

 

Ángela ganó

 

 

Al final de la tarde, mientras la luz del día se retiraba y los tambores marcaban el clímax del evento, se anunció el ganador.

 

 

La Panadería Ángela, una institución de La Candelaria con décadas de oficio familiar, se llevó el reconocimiento. Su cachito no necesitó de invenciones audaces ni artificios.

 

 

Ganó por su ejecución técnica: una masa suave y elástica, las tres vueltas de manual y un sabor que, en su sencillez, alcanzaba una armonía cautivadora. Pero fue el sabor, esa expresión cautivadora en el paladar, lo que selló su victoria. Era el resultado de un año entero de ensayos, de una búsqueda incesante de la perfección.

 

 

La jornada, de casi ocho horas continuas, concluyó. Fue un evento agotador, imperfecto y por momentos incómodo. Sin embargo, el esfuerzo de sus organizadores, Luis Rogelio Salcedo y Denys Salomón, de Panificadora Pastelpanes, cumplió su objetivo.

 

 

Lograron, una vez más, visibilizar y enaltecer una pieza fundamental del acervo culinario caraqueño. Y lo hicieron en el lugar más adecuado: un comedor universitario renacido, símbolo de la pluralidad y del conocimiento sin cortapisas.

 

 

Aquel día, entre el calor y el desorden, el comedor de la UCV no solo albergó una competencia. En ese espacio, donde el debate de las ideas debe confluir libremente, el humilde cachito de jamón ofició como un delicioso recordatorio de que, incluso después del abandono, la vida, el sabor y la excelencia siempre pueden volver a abrirse paso.

 

 

¿Cuáles panaderías concursaron?

 

 

  • Nancymar, en Alto Hatillo
  • Angela, en Candelaria
  • Yaya, en Prados del Este
  • Symphony Deli, en El Paraíso
  • Chocolat Deli, en la Av. Baralt.
  • La Castellana, en La Castellana
  • Moka Caracas, Av. Casanova y La Urbina
  • Sandrinita, en la Av. Casanova.
  • Piu Dolce, en Vista Alegre.
  • Piu Express, en El Junquito.
  • Pan de Tata en La Castellana, Los Palos Grandes, Sambil Chacao y La Candelaria, y San Luis.
  • La Miga Dorada, en Paracotos.
  • La Flor de Altamira en Altamira, frente a la Clínica el Ávila.

 

 

 

 

 

Fuente: El Nacional

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