Generalmente uno le ve la cara a las alimañas, mira su facha impresentable y temible, pero no pasa de allí. Basta con la observación de sus colmillos afilados para que uno se aleje de ellas. Es suficiente ver el garfio de sus garras para buscar distancias prudentes. Basta una mirada para poner pies en polvorosa, debido a que uno imagina lo que tiene por debajo del pellejo y de cuyo interior salen las pulsiones dañinas y malsanas que obligan a tomar las de Villadiego para salvar la vida. Así ha sucedido siempre por razones de supervivencia, es lo habitual con ese tipo de energúmenos a quienes basta con asomar la facha para generar desconfianzas y pavores.
Porque uno no es san Jorge para salir con lanza y adarga a matar al dragón que arroja candela por las fauces, aunque ganas no falten. Porque uno no tuvo la suerte de José Martí, quien dijo que había vivido en las entrañas del monstruo y que por eso lo conocía por dentro y por fuera. Mortales más pequeños y menos corajudos, hombrecitos temerosos y previsibles, nos ha bastado con ver al bicho para evitar que viva en nuestras cercanías, o para plantar barreras que nos alejen de sus amenazas. Pero el monstruo, quizá confiado en los pavores que provoca, en ocasiones se descuida y se permite la hechura de una radiografía, o deja que se la haga la gente de su confianza para que uno se entere a cabalidad de las porquerías que guarda en el organismo.
Es lo que ha pasado con el CNE en estos días. Confiado en su poder, sentado en la comodidad de sus actos impunes y avalado por la arbitrariedad de la dictadura, no se dio cuenta de que uno de sus íntimos valedores no se conformaba con tomarle la foto de rigor, sino que también, quién sabe por cual motivo, tuvo las ganas de hacer un trabajo de radiólogo para exhibir las porquerías de su interior.
Hete aquí que ahora, gracias a las artes inesperadas de Smartmatic, no solo sabemos cómo era la facha del bicho, cosa que ya sabíamos o suponíamos, sino también cómo se mueven y se retuercen las fechorías fraguadas en su intimidad, los hedores de su barriga y la fetidez de sus intestinos. La observación de la superficie encuentra ahora el fundamento del detalle de unas interioridades torcidas, para que el cuadro quede acabado y disponible para su exhibición en las galerías de la ilegalidad más abultada y del ventajismo más escandaloso.
Nadie sabe las razones que tuvo Smartmatic para ponerse la coraza de san Jorge, o para confesar una experiencia semejante a la de Martí, pero lo cierto es que nos ha permitido, después de beber el pus del energúmeno, después de vivir con comodidad en su seno, que compartamos la aterradora visión de cómo es por dentro.
El monstruo nos dirá que es una radiografía equivocada, que no corresponde a sus límpidas y virginales entrañas y que el antiguo colaborador es un felón y un apátrida; pero aquí estamos, corroborando con toda la calma del mundo, cómo una cara afeada por las cicatrices cuadra a la perfección con la oscura procesión de adentro.
Editorial de El Nacional