Lo que ocurrió el domingo 22 de octubre fue la rebelión de la gente con una papeleta de votación en sus manos. Un acto de desobediencia civil que bebe de aquella marcha del sal de Mahatma Gandhi contra el Imperio británico. El poder, la significación, el contagio del voto. Una fuerza indetenible que no se arruga bajo los aguaceros y es capaz de mover el piso, y de qué forma, del régimen autocrático. A nada temen más que a los ciudadanos ejerciendo con valentía y coraje el derecho a su expresión política. A depositar una papeleta en una caja de cartón.
A Maduro y su negociador (JR) no le quedó más remedio que tragar la realización de la primaria. Fue lo pactado en Barbados el 17 de octubre, cinco días antes de la elección. Que dice palabra a palabra así: «Las partes reconocen y respetan el derecho de todo partido político a seleccionar su candidato para las elecciones presidenciales de manera libre y conforme a sus mecanismos internos, de conformidad con la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela y la ley».
Pero una cosa es tragar la primaria –bajo censura previa de medios, y a cambio de concesiones temporales para los negocios petroleros, el vil metal que tanto añoran y tanto han dilapidado– y otra cosa es digerirla. Que admitan su éxito, que reconozcan las inmensas filas de votantes en los sectores populares sobre todo, a los que el régimen ha traicionado, burlado y estafado durante dos décadas. Simplemente, no está en su naturaleza. A pesar de la censura, sobran las imágenes del tsunami electoral del domingo.
Esa es la causal de su ira. De Nicolás y de Cilita, de JR, de Diosdado, del fiscal enfluxado que acaba de recibir un balde de agua fría en Ginebra cuando le dijeron que nunca, en años, habían escuchado a un fiscal que defendiera de esa manera tan parcial y tan desproporcionada a un gobierno. Y de sus “opositores de utilería” (en verdad, militantes del partido oficial) y sus medios de comunicación y opinadores tarifados (en verdad, militantes del partido oficial).
La primaria fue un acto pacífico. Sin un solo incidente reseñable durante la movilización de casi 2,5 millones de ciudadanos en los 3.010 centros de votación dispuestos en casas, locales y plazas distribuidos en todo el país, y en 77 ciudades alrededor del mundo, donde viven cientos de miles de venezolanos, una parte apenas de los millones expulsados por la gracia de la “revolución bolivariana” a los que se les niega el pan en su patria y el derecho a registrarse para votar.
¿Hay algo más pacífico que votar? Una votación sin alteraciones, abierta a todos los venezolanos, mayores de edad y de este domicilio, que lo desearan. Un acto político que no es susceptible de ser anulado salvo por los dos millones y pico de votantes que lo hicieron realidad, con la decisión individual de cada uno de ellos, que aceptaron la pulcritud de su ejercicio y el contundente veredicto de su escrutinio.
De allí su ira. Su anuncio de que citarán a testificar al presidente de la Comisión Nacional de Primaria, el doctor Jesús María Casal, intachable académico, autoridad en derecho constitucional, aplaudido en la calle por su actuación imparcial, serena y ajustada en todo momento a los reglamentos debatidos y aprobados por candidatos y partidos que participaron en la primaria. También arremeten contra la vicepresidenta Mildred Camero y los presidentes de las juntas regionales en todos los estados del país.
Frente a la ira, firmeza. Frente a la ira, paciencia, contención e inteligencia activas. Frente a la ira, el texto constitucional. Frente a la ira, nada de ira. La ira es irracional y vengativa y busca una respuesta similar. Desde el 23 de octubre el foco es perseverar en la conquista de las condiciones para que todos los venezolanos decidan el rumbo de esta nación herida y humillada. Y valiente.
El doctor Casal lo expresa en un post fijado en su cuenta de X: “El contexto es complejo pero la voluntad de cumplir nuestro mandato es firme”.
Editorial de El Nacional