Miguel Ángel, al momento de pintar la Capilla Sixtina, hizo una representación única del famoso suceso del “pecado original”, en un fresco que siglos después, aún se roba el protagonismo. ¿Cómo es la pintura ‘La caída del hombre’? ¿Qué significa cada cosa? Aquí te contamos todo
La caída del hombre, un retrato de la maldad humana
Según cuenta la Biblia, Dios creó a Adán y Eva a su imagen y semejanza. Juntos vivían en un paraíso que cumplía con todas sus necesidades. Era un mundo lleno de paz y armonía. Tenían libertad absoluta, lo único que no podían hacer, era consumir la fruta del famoso árbol prohibido. Todo iba bien, hasta que Eva sucumbió ante la tentación y le dio a probar a Adán la fruta prohibida. Desde ese momento, juntos condenaron a la humanidad por desobedecer a Dios y caer en las tentaciones del Diablo.
Este pasaje es el más reconocido de la Biblia y por eso, Miguel Ángel decidió inmortalizarlo en la Capilla Sixtina, considerada la joya artística más valiosa del Cinquecento y que se mantiene vigente, impresionante e imponente, cientos de años después de su ejecución.
¿Cómo lo pintó Miguel Ángel? Dedicó todo un sector de la Capilla para lograr contar la historia de lo sucedido; es una de las zonas más grandes de todo el fresco.
El fresco se divide en un antes y un después, marcados en el centro por el famoso árbol del pecado.
A la izquierda, aparecen Adán y Eva sumergidos en el encanto de Satanás. Eva es la que hace contacto directo con el demonio que además de tener cuerpo de mujer, se transforma de los muslos hacia abajo en una víbora.
A la derecha, aparecen nuevamente Adán y Eva pero ya siendo expulsados del paraíso por un ángel que los juzga por haber desobedecido. Con un cuchillo los amenaza en el cuello por haber traicionado a Dios, y ambos mantienen un lenguaje corporal sumiso y asustadizo, tras haber cometido el error.
Un proyecto que Miguel Ángel NO quería ejecutar
Miguel Ángel era un genio escultor. Si bien incursionó en el mundo de la pintura, aseguraba que esa jamás había sido su pasión. Siempre había sido un hombre muy religioso por lo que colaboró en numerosas ocasiones con la Iglesia. En una ocasión, lo llamaron con un proyecto más emocionante: sería el arquitecto principal de la tumba del papa Julio II.
Tendría libertad absoluta para su creación, pasó más de ocho meses buscando los mármoles perfectos para la tumba, hasta que Julio II le canceló el proyecto. Ya no quería que se dedicara a la tumba, sino que fuera el encargado de pintar una de las salas del Palacio del Vaticano.
Miguel Ángel se enfureció con la idea, pero terminó aceptando la oportunidad. Tardó cuatro años en pintarla toda y le ocasionó múltiples problemas de salud. Debía utilizar andamios para poder llegar al techo y más de una vez terminó en el suelo tras varias pinceladas.
Pese a que el artista no realizó la obra con la mejor disposición, resultó ser uno de los trabajos pictóricos más importantes del siglo y años después, se sigue posicionando como el fresco más imponente de todos, un ícono del Palacio del Vaticano.
Con información de: ABC / LaVanguardia / Web.Archive.