Todos sabemos que el sexo es una experiencia placentera. Algunas parejas prefieren un sexo “tranquilo”, sin demasiadas piruetas sexuales, pero lo suficientemente satisfactorio para ambos.
Otras parejas, sin embargo, requieren de niveles altos de estimulación y excitación. Y esto lleva a diferentes opciones: cambio de lugares y de poses, expresión de fantasías, “palabras calientes”, uso de juguetes sexuales, juegos de dominación y sumisión, inclusión de un tercero, sexo grupal, intercambios de pareja, etc.
El criterio fundamental que debe primar es que “todo está permitido entre personas adultas y con consentimiento mutuo”. No obstante, aunque exista tal acuerdo entre las partes el límite entre el juego sexual placentero y el riesgo de daño (psicológico o físico) puede ser alto, sobre todo en algunas prácticas que hacen uso de la fuerza física, la violencia psicológica o comprometen funciones vitales como la respiración (hipoxifilia o asfixiofilia). Este tipo de juegos con ribetes de riesgo forman parte de muchos encuentros eróticos tanto hétero como homosexuales y no se consideran un trastorno, siempre y cuando no sea una conducta imperiosa, repetitiva y necesaria para lograr el placer sexual, además de que la persona pueda perder el control de sus impulsos.
El extremo patológico: las parafilias
Se consideran parafilias a las perversiones o desviaciones sexuales cuya práctica es persistente y recurrente, de carácter impulsivo a ansioso y a partir de las cuales se alcanza el máximo de placer sexual. Los encuentros, además, deben sostenerse con personas que no acuerdan el contacto, con objetos inanimados, niños, animales, o dejándose agredir, o agrediéndose para sentir goce.
En general, un alto porcentaje de quienes efectúan estas prácticas son hombres heterosexuales (se cree que por acción de la testosterona, además de conflictos infantiles), con vínculos de pareja estables, que buscan saciar sus apetitos sexuales con la ejecución de estas conductas.
En algunas parafilias existe la falta de consentimiento mutuo, como ocurre en el exhibicionismo (mostrar los genitales o masturbarse frente a personas desprevenidas), o en el froteurismo (consistente en “tocar” o rozar con los genitales a personas que no comparten). Pero también puede existir acuerdo, aún sabiendo que la ejecución del comportamiento sexual puede ser muy peligroso, como el sadomasoquismo.
El pudor y el rechazo social mantienen estas conductas en un plano de marginalidad. Y es muy difícil que confíen a un amigo -y mucho menos a su pareja- el problema que los aflige, entre otras cosas, porque algunos no lo viven como un trastorno pasible de ser tratado sino como una forma de expresión de su sexualidad. Los demás, por su parte, ignoran o niegan la “doble vida” de sus parejas.
A veces hay algunos indicios que pueden resultar “sospechosos” como, por ejemplo, la inclinación por un tipo de experiencia sexual que no contempla al otro sino al contacto con un objeto inanimado (fetiche), o el uso de ropas del sexo opuesto para poder llegar a niveles altos de excitación y orgasmo (fetichismo trasvestista), o pedidos de ser humillado o agredido como una constante en las relaciones sexuales.
Las conductas autoeróticas con prácticas masoquistas son más que riesgosas. Una de las más usadas es la hipoxifilia, es decir la reducción de la llegada de oxígeno al cerebro. El faltante de oxigeno y el aumento de bióxido de carbono incrementaría el placer sexual, además de producir una disminución de las capacidades cognoscitivas y de los sistemas de control de la supervivencia. Otras prácticas por demás peligrosas es el uso de enemas provocando la distención dolorosa del intestino o la introducción de objetos que pueden dañar la mucosa. // IPP
Fuente: entremujeres.com