Los analistas de la banca internacional y las calificadoras de riesgo no se ponen de acuerdo sobre la posibilidad de que Venezuela cumpla o no con los pagos de deuda externa previstos en lo que resta de 2015. Pero sobre lo que si hay consenso es que resulta inevitable que el país no pueda pagar su deuda externa en 2016. Sencillamente las cuentas no dan.
Me disculpan mis colegas si simplifico algunos detalles técnicos, pero lo que quiero es sacar unas cuentas de pulpero que cualquiera pueda entender. Hecha la aclaratoria, lo primero que hay que hacer es olvidarse que van a venir los chinos, rusos o qataríes a rescatarnos. Con ese cuentico nos quiso marear Maduro en su periplo turístico a principios de año, pero a estas alturas queda claro que los chinos no financian crisis de balanza de pagos, los rusos no tienen con qué y los qataríes no echan dinero bueno en saco roto.
Si revisamos los flujos, al país le entran unos 2 mil millones de dólares mensuales por exportaciones petroleras pero lo que sale por importaciones y sobrefacturación es un poco más que eso, por lo que la diferencia (el déficit) debe ser cubierto de alguna manera: empeñando oro, vendiendo a descuento cuentas por cobrar, rematando algún activo menor o, en última instancia, echando mano de las reservas internacionales, y es precisamente por ello que las mismas han caído 5.900 millones, es decir un 27% en lo que va de año. El problemilla es que el nivel de reservas totales (líquidas y oro) ya se aproxima peligrosamente al monto que debemos pagar a Wall Street este año y el que viene, unos 16 mil millones de dólares. Como cualquiera que haya estado al borde de la bancarrota le podrá contar, uno no puede simplemente agarrar la reservas, pagar la deuda y listo, quedarse en cero. Así no funcionan las cosas.
La única manera que no se tranque el serrucho es que el flujo que entra por exportaciones pase a ser dramáticamente mayor al que sale por concepto de importaciones y sobrefacturación, y es allí donde el panorama petrolero de mediano plazo no da lugar a esperanzas. Ya Arabia Saudita lanzó una línea estratégica cuyos efectos sobre el mercado se van decantando y las mejores previsiones para el 2016 ponen el precio promedio del crudo marcador Brent entre 70 y 80 dólares por barril, lejos de los 100 dólares por barril que se necesitarían para cubrir el déficit externo venezolano.
¿Y si le damos otra vuelta a la tuerca y reducimos aún más las importaciones? Bueno, las luchas intestinas en el gobierno sabotean reiteradamente los esfuerzos por imponer un mecanismo de racionamiento en serio, tipo comunista. ¿Y si le ponemos un parao a los boliburgueses y recortamos la multimillonaria sobrefacturación? Pregúntenle a Giordani si eso es posible. ¿Y no habrá un dinerito guardado por allí que a nadie se le ocurrió robar? ¿Qué pasó con el “Dios proveerá”?. En finanzas, poner las esperanzas en algún milagro insospechado resulta tan criminal e irresponsable como poner la vida de un paciente con cáncer en manos de la decrépita medicina cubana. Ya se sabe el triste desenlace.
Lo cierto es que el país hoy necesita un rescate de al menos 25 mil millones de dólares, algo que conocen bien quienes nos ven desde afuera. Lo que pasa es que la banca internacional lo pone en términos un tanto eufemísticos, como que “la probabilidad de un evento crediticio en 2016 se ubica en 77%”. Pero si lo traducimos en términos prácticos, el diagnóstico es sencillo: el que tenga un bono venezolano pagadero en dólares en 2016, mejor no cuente con esa plata. En medio de este panorama, lo más desconcertante es que cumplir con los compromisos externos este año solo será posible infligiendo mayores penurias al pueblo y erosionando de manera irreversible la popularidad del gobierno. Si además ya se avizora que, paguemos o no paguemos en 2015, es inevitable un default de deuda en 2016, surge entonces la gran interrogante: ¿pagar para qué?
José Guerra