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Joe Biden y Afganistán

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Joe Biden y Afganistán


 
 
 Sería tan injusto culpar a Joe Biden por el fracaso de Washington en Afganistán, como eximirle de culpa por el caos del capítulo final de esta particular historia. Un presidente de Estados Unidos se enfrenta, siempre, a un contexto definido por las decisiones de sus antecesores, así como por el margen de acción que le otorga su condición de conductor de la política exterior y comandante supremo de las fuerzas armadas. Dicho margen puede ser amplio o estrecho, según las circunstancias de cada caso, pero muy pocas veces es inexistente.

 

 

Los lectores interesados pueden hallar en Internet excelentes análisis, acerca de las raíces, evolución y consecuencias de la intervención de Estados Unidos y otros países en Afganistán. En estas notas nos focalizaremos sobre el panorama actual y la respuesta de Biden. Pensamos que el presidente estadounidense ha errado gravemente en dos aspectos. En primer lugar, como es obvio, en haberse guiado por la idea fija y rígida de retirarse de Afganistán a toda costa, escogiendo la fecha simbólica del 11 de septiembre para completarla, sin tomarse el tiempo y la energía para preparar una salida organizada y digna. Biden tuvo la oportunidad y los recursos para actuar según su criterio, más allá de las decisiones de sus predecesores, e impedir que el drama se convirtiese en tragedia, pero todo indica que no se ocupó del asunto con el esmero debido.

 

 

Le queda muy mal a Biden intentar ahora escapar de sus responsabilidades, refugiándose en la crítica a un pasado que si bien ya no puede modificar, tampoco le es permitido, política y éticamente, usar como excusa frente a los desatinos del presente. Nos ha parecido indecoroso y por instantes vergonzoso, de parte de Biden, su esfuerzo de eludir responsabilidades, y de hacerlo de manera tan ostensible y cuestionable.

 

 

En segundo lugar, es mezquino y miope de parte de Biden ofender a quienes fueron hasta hace poco los aliados de Washington en Afganistán, culpándoles por la debacle y cuestionando su honorabilidad. Según testimonios de militares estadounidenses y británicos, entre otros, que lucharon en Afganistán estos pasados años, numerosos combatientes afganos se desempeñaron con integridad y eficiencia, y es repudiable añadir a estas alturas la ofensa a la humillación. La actitud de Biden es miope en el plano político, debido al mensaje innoble y hasta ruin que envía a otros aliados de Estados Unidos alrededor del mundo, aliados que sumarán a la desconfianza hacia la volubilidad americana, un fortalecido resentimiento por el percibido egoísmo de Washington.

 

 

No podemos perder de vista, además, que Biden ha sido poco cuidadoso e imprudente en sus manifestaciones públicas ante la crisis afgana, en especial en su discurso de hace unos días y durante la entrevista que concedió recientemente a un periodista de ABC News. El presidente norteamericano no pareciera asimilar en su verdadera dimensión el significado de sus pronunciamientos, y el impacto que estos tienen sobre las víctimas del desastre. Los miles de personas, hombres, mujeres, niños y ancianos, que ahora se ven indefensos ante el dominio del oscurantismo talibán, no han encontrado en las palabras de Biden la mínima esperanza que cabría aguardar de su parte, como figura política suprema de la superpotencia que ocupó Afganistán durante dos décadas.

 

 

Biden, por desgracia, no se ha colocado al nivel adecuado ante esta crisis, una crisis que, repetimos, exigía de su parte preparación y decisiones oportunas. Es patente que el caos le ha tomado por sorpresa, y que ante la evidencia del embrollo ha reaccionado con una mezcla de desconcierto y arrogancia. Su actitud revela las severas limitaciones de su juicio político, de su capacidad para la planificación estratégica, de su competencia como líder y de su empatía hacia las víctimas de un desastre que sin duda se prolongará.

 

 

Preocupa constatar estas fallas de liderazgo, en momentos en que China y Rusia ratifican la voluntad de ejercer su poderío en diversas regiones, en que el horizonte internacional sufre un cúmulo de calamidades y en que Occidente experimenta una creciente merma de confianza en sí mismo, sus tradiciones, valores y objetivos. Estados Unidos luce como un buque a la deriva, al mando de un capitán desbordado por la intensidad e implacabilidad de las tormentas que le acosan.

 

 

Editorial de El Nacional

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