El expresidente ecuatoriano Jamil Mahuad es especialista en manejo de conflictos de la Universidad de Harvard, pero su mayor experiencia es la de haber firmado un acuerdo de paz hace 19 años entre su país y Perú
MIAMI.- Este miércoles la Cátedra Nelson J. Mezerhane G. del Miami Dade College inicia su conferencia anual con un tema de gran actualidad, no sólo en América Latina, sino en varias zonas del mundo: la pertinencia de los partidos políticos y la necesidad de reinventarse en un medio ambiente de alternativas políticas que están surgiendo al margen de ellos.
Para debatir este tema, que cobra especial importancia en países como Venezuela, han sido invitados varios expresidentes de la región –algunos de ellos muy activos en el mundo académico- con sus propias experiencias de gobierno y proyecciones de lo que deberá ser la acción política en el siglo XXI, a tenor de las nuevas tecnologías y de la era de las influyentes redes sociales.
El expresidente de Ecuador Jamil Mahuad habló de la importancia de “no manosear” el poder de la negociación y de desprestigiarlo porque en algún momento será decisivo en una situación de conflicto.
-Acaba de darse el triunfo electoral, en elecciones parlamentarias, de las fuerzas políticas que apoyan al presidente argentino Mauricio Macri. Al mismo tiempo la oposición sigue siendo una fuerza importante. ¿Cómo cree usted que pueda haber una negociación exitosa en el parlamento entre dos fuerzas antagónicas?
-Para que una negociación avance es fundamental que se haga de buena fe, haya intereses comunes y favorezca a las dos partes. Que no haya un claro ganador o perdedor sino que se logre construir una situación en la que ambos ganan. Dependiendo de eso, de los actores, de que identifiquen lo que quieran, de cuánto sacrificio están dispuestos a hacer, la negociación prospera o se atora. Habría que analizar en el caso argentino, en qué ámbito de todo el sector público se pudiese conseguir algo, si fuera posible.
-¿Qué cree usted que ha fallado en el proceso de negociación en Venezuela?
-La próxima semana se cumplen 19 años de un tratado de paz entre Ecuador y Perú, que me tocó firmar con el presidente Fujimori. Ese tratado puso fin a más de 150 años de disputas territoriales. Y siempre que algo así ocurre uno se pregunta por qué no antes, por qué hubo que pasar por tantos malos momentos. Y muchas veces es porque a través de los intentos fallidos de los acuerdos uno va aprendiendo lecciones y después busca ponerlas en práctica. Yo soy un hombre de paz, busco acuerdos. Creo que la confrontación debe ser el último recurso. Pero eso no quiere decir que yo piense que cada situación se pueda solucionar con una negociación. Requiere de condiciones, reglas y de la buena voluntad de las partes. Cuando una de las partes negocia de buena fe y la otra se escuda en la negociación para ganar tiempo, posponer decisiones que debe tomar y distraer a la opinión pública, obviamente la negociación no va a prosperar.
-¿Cree que hay gente que se ha aprovechado de las negociaciones en Venezuela para ganar tiempo?
-Yo creo que sí. Eso es lo que escucho de tantos expertos en el tema y de muchos colegas expresidentes: que hay quienes inclusive pueden abusar de la buena fe de terceros países e instituciones con el propósito de avanzar un proceso que llegue a un callejón sin salida.
-¿Por qué ese país petrolero no aprende de las negociaciones que hubo en Centroamérica para acabar con varios años de guerra civil en Guatemala o El Salvador?
-Hay algunos ejemplos en los que sí se aprendió. Yo aprendí mucho de las negociaciones en Centroamérica. Tuve la inmensa suerte de que mi profesor de negociación, en la escuela de Leyes de Harvard, fue el profesor Roger Fischer que justamente fue el negociador en el caso de El Salvador y de Guatemala. En el caso del presidente [colombiano Juan Manuel] Santos en la negociación que hizo él invitó a cuatro asesores internacionales que habían tenido experiencias de negociación en diferentes partes del mundo. Nadie sabe todo, hay que actuar con modestia, con afán de aprender, la vida es una escuela permanente. Y en el caso de Venezuela la situación se ha ido complicando cada vez más. Hay veces que no se entiende bien qué es lo que está pasando. Parece un caleidoscopio, hay un golpe y de repente todo lo que uno está mirando cambia, aparecen nuevas figuras. La negociación siempre debiera preservarse no manosearse, no hacerle perder reputación porque en los momentos más complicados es la mejor salida, la más decente, la más positiva, la que más respeta vidas humanas y derechos humanos.
-¿Qué opinión le merece que el Gobierno cubano haya servido, al mismo tiempo, de instigador de la violencia en Colombia y de sede de las negociaciones de paz en La Habana?
-Creo que es un elemento pero no el esencial. Hay aspectos más importantes de la negociación que la sede donde se llevó a cabo. Yo celebro que en Colombia hayan parado las mutuas matanzas. Cualquier tratado de paz, por definición, se puede haber hecho diferente en alguna parte o en algún momento. Pero como solemos decir a veces lo perfecto es enemigo de lo bueno. Ahora que no hay violencia, a partir de esa base se pueden mejorar muchas cosas. Lo más difícil después de un conflicto tan largo como el colombiano, es volver a confiar en el otro, porque se genera un recelo total, nadie cree en la palabra, en las acciones, en las intenciones, y entonces cómo vuelvo yo a confiar en aquel que mató a mis soldados, que masacró a gente en mi pueblo. De ahí que me parezca una gran decisión haber incorporado a las víctimas del proceso en el diálogo y me parece fundamental que algo de esa confianza se haya construido y nos deje las puertas para mejorar cosas que se puedan mejorar en el futuro.
“Si no cambiamos nuestros roles, la sociedad nos supera”
-¿Cree que la pérdida de confianza en los partidos políticos está afectando la democracia en América Latina?
Si no cambiamos nuestros roles y nos quedamos en el pasado, la sociedad nos supera. Yo creo que eso está pasando con los partidos. Me gusta la imagen del puente porque siento que el estribo a un lado del puente es muy difícil de plantar. Los partidos políticos obedecen a momentos en los que la sociedad en su conjunto pensaba en el largo plazo. ¿Qué pasa ahora? Cualquier chico de 20-30 años puede tomar las decisiones más importantes de su vida diaria con un teléfono celular sin rendirle cuentas a nadie. Y si se equivoca, rectifica. Cuando entramos en lo político le decimos que no, que esto es diferente, es serio, aquí hay que elegir un gobierno por cuatro años, hay que darle espacio para que gobierne y pueda generar resultados. Y la chica piensa: quiere usted decir que todo lo que afecta mi vida cotidiana no es importante, por qué soy ágil en unos campos y no soy ágil en la política. Entonces, a los jóvenes no les cuadra. Tenemos que pensar en la norma básica de la persuasión que es ponerse en la situación del otro. Porque el otro sólo se persuadirá con sus propios argumentos, no con los que otros les den. Cuál es entonces la función que tienen que cumplir los partidos. ¿Es la misma de antes? ¿Tienen que cambiar, como el maestro en el aula, a una función diferente?
Diario las Américas
Por TULIO CASAL, SERGIO OTÁLORA