Los lectores de la edición digital de El Nacional se enteraron o se están enterando de las andanzas y astucias de los hermanos Morón para hacer desaparecer sus antecedentes en las redes sociales, y borrar de estas todo vestigio de sus relaciones con el delfín de Superbigote, Nicolás Maduro Guerra, «Nicolasito», de quien se les señala como presuntos testaferros. A partir de tal conjetura, se emprendió una minuciosa investigación llevada a cabo por los periodistas Ramón Hernández y Carolina Briceño. Esta ha sido acusada por participar en la exploración del espacio virtual en busca de la personalidad perdida de Santiago José Morón Hernández y de su hermano Ricardo José.
Sin parar mientes en que el nepotismo es práctica considerada corrupta, y sin haber leído a Plutarco o a Suetonio, a quienes suelen atribuirles la sentencia debida a Julio «La mujer del César no solo debe ser honesta, sino parecerlo», los maquilladores de imagen al servicio del régimen seguramente mediaron para entorpecer, bloquear o abortar una indagación, cuyas dos primeras entregas —«Los hermanos Morón, de testaferros de Nicolás Maduro Guerra a fantasmas digitales» y «Los ‘homónimos’ de paja de los hermanos Morón y las relaciones con Nicolás Maduro Guerra»— fueron publicadas el 10 y el 11 de enero en este portal; sin embargo, la acusación a Carolina no detendrá el trabajo detectivesco de esta dupla de sabuesos que se sumergió en el océano informativo de la red de redes a fin de desvelar una forma de ocultamiento que asombra, valga el oxímoron, por su compleja simplicidad.
Podían haberse valido de seudónimos y heterónimos, pero quizás les pareció recurso de artistas o poetas, y no es el caso de los hermanos de marras. Como en La carta robada, cuento de Edgard Allan Poe, los Morón Hernández se hicieron invisibles sin esconder su identidad, sino más bien maquillándola con bajos perfiles y currículos banales — desindexación digital hasta convertirla en «polvo cibercósmico—. Y esta argucia, diseccionada con precisión de patólogo en la averiguación difundida por este diario, desencadenó la ira del cogollo chavo madurista y puso en marcha el acoso contra nuestra compañera de labores, el cual se suma al dilatado inventario de agresiones bolivarianas a la prensa crítica y a la libertad de expresión.
Editorial de El Nacional