Inflación en Venezuela llega al 296% anual

Inflación en Venezuela llega al 296% anual

El buen soldado Schweik decía que amaba las estadísticas oficiales por su sencillez y su modestia. Y si bien mentían de manera descarada, añadía el soldado, se trataba de las únicas cifras que divulgaba el gobierno. En julio, la inflación anual en Venezuela llegó al 42,6 por ciento, informó Reuters hace algunas semanas. ¿La fuente de la agencia noticiosa? El Banco Central de Venezuela, una institución oficial.

 

En realidad, la tasa de inflación anual es del 296 por ciento, señaló a Tal Cual Steve Hanke, profesor de economía de la universidad Johns Hopkins. Hanke dice que para averiguar el porcentaje real de inflación en un país es necesario determinar si se trata de una inflación abierta o escamoteada. En una inflación abierta, el gobierno no impone controles de precios. En cambio, hay controles de precios en una economía escamoteada como la venezolana. Y los precios al público son totalmente ficticios.

 

Recuerdan el verso de Quevedo, «Érase un hombre, a una nariz pegado». En este caso se trata de un precio a un producto pegado. Excepto que los precios en los supermercados de Venezuela están despegados de los productos y deambulan íngrimos y solos. La escasez es cada vez mayor.

 

Si un consumidor venezolano desea algún bien de consumo necesita pagar bajo cuerda lo que el comerciante reclama. Y no porque el vendedor es un ser despreciable, sino porque después de entregar el artículo tiene que reponerlo en los anaqueles o en la trastienda. Y esos productos suelen ser mucho más costosos que el precio dispuesto por el gobierno.

 

En un «paper» inédito que Hanke facilitó a Tal Cual, titulado The Fall in the Value of the Syrian Pound, la caída en el valor de la libra siria, el economista ofrece un buen ejemplo de la perversa manera en que la inflación se combina con la escasez para disparar los precios. Un reciente informe del corresponsal del Wall Street Journal en Damasco señaló que personas que pueden comprar pan en Siria a precios oficiales (obviamente, funcionarios vinculados al régimen de Bashar alAssad) se han transformado en acaparadores del producto. El precio oficial de la hogaza de pan es de 15 libras sirias. Los acaparadores la revenden a 50 libras, un incremento del 233 por ciento.

 

Según dijo Hanke, si alguien desea tener una idea de la inflación real en un país donde existe el control de precios, debe acudir a un vector bastante preciso: la tasa de cambios en el mercado negro. En Venezuela, la tasa oficial del dólar es 6,3 bolívares fuertes. Trate de comprar el lector dólares a ese precio y las carcajadas de los empleados del Banco Central podrán oírse hasta en la plaza Bolívar.

 

En realidad, para comprar un dólar en el mercado negro se necesita multiplicar el precio oficial en bolívares. (Estamos hablando de la cotización de hoy, 18 de septiembre de 2013). Si un importador necesita comprar materias primas, deberá pagar siete veces más por el producto que el precio oficial. Eso explica por qué Hanke menciona una inflación anual del 296 por ciento. Venezuela depende en gran medida de un solo producto, el petróleo. Más del 90 por ciento de sus artículos de consumo debe importarlos a un dólar siete veces más caro que el oficial. Con

 

el dólar a 6,3 bolívares, la inflación supera el 40 por ciento anual. Pero como el dólar usado para adquirir productos cuesta casi ocho veces más en la realidad, no en la fantasía, hay que multiplicar los precios siguiendo el destino del dólar paralelo. Así se llega a la inflación de casi un 300 por ciento anual. Corrupción y mega inflación. En la actualidad, Hanke dirige el Proyecto de Monedas con Problemas en el Cato Institute de Washington. ¿Qué es una moneda con problemas? Básicamente, dice Hanke, aquella que inspira desconfianza en los usuarios.

 

Cuando una moneda pierde su poder adquisitivo, los consumidores buscan divisas estables generalmente el dólar o compran productos que mantienen su valor, o inclusive lo acrecientan. Basta observar cómo los refugiados de cualquier guerra suelen adquirir oro para comprar seguridad, o sobornar funcionarios a fin de que sellen sus pasaportes. De acuerdo a Hanke, «El control de cambios para conservar escasas reservas de divisases una invitación al favoritismo y a una masiva corrupción».

 

El ejemplo de Venezuela es contundente. El gobierno de Nicolás Maduro no parece liderado por monjes cartujos. Transparencia Internacional ubica al gobierno de Venezuela entre los 12 más corruptos del mundo, en el puesto 165º entre 176 países. Sólo es superado por los gobiernos de Irak, Sudán, Afganistán, Corea del Norte y Somalia. Los beneficios que reditúa el mercado negro de Venezuela a quienes pueden obtener dólares en el mercado oficial supera el sueño de cualquier especulador. No hay empresa en el mundo que pague semejantes márgenes de ganancia. Se acabó lo que se daba. En Zimbabue, país admirado por los chavistas, la economía liderada por Robert Mugabe colapsó a mediados de 2008, y la inflación anual llegó al 231.000.000 por ciento.

 

El gobierno tuvo que imprimir billetes de un billón de dólares (dólares de Zimbabue, claro está) pero debió lidiar con un problema: ningún comerciante los aceptaba. Ahora la moneda que usan en Zimbabue es el dólar (el de Estados Unidos, claro está). ¿Se hundirá Venezuela en la hiperinflación? Hanke dice que la única manera de frenarla es dolarizar la economía, como lo hizo el socialista Rafael Correa en Ecuador, o crear una «currency board» (junta de control de divisas).

 

Esa junta permitirá a Venezuela conservar el bolívar como moneda nacional, indicó el economista, pero, al mismo tiempo, impedirá al Banco Central imprimir moneda, imponiendo fuertes medidas de austeridad. Seguramente, el gobierno de Maduro preferirá una alternativa más novedosa: acusar a la oposición de sabotear la economía de la Revolución Bonita con el propósito de impedir su despegue.

 

Fuente:TalCual.com

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