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Hordas inútiles

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Hordas inútiles

Son muchos los detalles importantes de la sesión de la AN celebrada el pasado domingo. Teníamos tiempo sin presenciar una gesta cívica capaz de enaltecernos como sociedad. Hacía falta una expresión de parlamentarismo, protagonizada por los diputados de la oposición, que estuviera a la altura de las graves circunstancias que experimenta la república. Habrá que detenerse en muchas de las palabras y de las conductas de la representación popular para adquirir cabal conciencia del momento histórico que nos ha tocado vivir.

 

 

Pero, dentro de ese panorama digno de numerosos comentarios, ahora nos detenemos en la irrupción de bandas violentas al comando del alcalde Jorge Rodríguez, que presenciamos con estupefacción. Entraron como Pedro por su casa, con la complicidad de la GNB que tiene la obligación de proteger la sede del Capitolio. Vociferaron en los pasillos y en el salón de sesiones con el propósito de provocar el caos. Causaron destrozos en el lugar y quisieron llevarse por delante los valores de la civilidad, pero también los objetos materiales que encontraran a su paso. Un lamentable espectáculo, por supuesto, una exhibición de barbarie como pocas de las que hemos visto en los tiempos de la decadencia chavista, pero total y absolutamente inútil.

 

 

La representación nacional mantuvo la compostura. Nada de gritos ni de sobresaltos exagerados. Los diputados no se inmutaron ante la irrupción de la obscena conducta que pretendía sacarlos de sus cabales. Mantuvieron la altivez frente al desafío de la vulgaridad, ante la bajeza ejecutada a mansalva. Si alguien buscaba una representación cabal de la lucha entre la civilización y la barbarie de la que se ha escrito desde los tiempos de Rómulo Gallegos, la encontró el domingo en términos redondos y absolutos.

 

 

 

Pero, ¿lograron su objetivo las hordas del lamentable alcalde? Todo lo    contrario. Si querían causar pavor, perdieron el tiempo. Si querían provocar la estampida de los diputados de la oposición, se quedaron con los crespos hechos. Si pretendían un desorden sin posibilidad de arreglo, el tiro les salió por la culata. Ya nadie les tiene miedo. Su libreto de gritos y estampidas es incapaz de lograr su objetivo. Hacen algaradas sin destino, gritan sin eco, entran y salen en un desenfreno estéril que es una vergüenza para la república, pero que no es más que un intento baldío de imponer la ley de la selva en una sociedad que acude al tesoro de la convivencia civilizada para darnos lustre y provocarnos orgullo.

 

 

Estamos ante una de las lecciones más elocuentes del domingo. Nadie le tuvo miedo a la violencia orquestada por un funcionario público desesperado y agresivo, y por otros que no dieron la cara. La dignidad no se turbó frente a una violencia premeditada y protegida por los guardias, pero condenada a la nada, al rincón de la basura. Convertidas en dolorosa pantomima, en aberración incapaz de causar pánico, las hordas de Jorge Rodríguez marchan hacia el camino de la desaparición. Eso aprendimos el domingo, entre otras lecciones dignas de memoria.

 

 

Editorial de El Nacional

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