Hasta una hora de cola tienen que hacer los usuarios para registrarse en el sistema biométrico. La compra de 20 productos está condicionada al uso de los equipos de identificación en supermercados zulianos
¿Solución al desabastecimiento o sistema de racionamiento? Entre elogios y críticas se instalan las llamadas captahuellas en los diferentes supermercados de Maracaibo. Si funcionarán o no, solo el tiempo y los consumidores lo dirán. Por ahora solo sé que tengo que ingeniármelas para hacer compras.
Sin mayores expectativas, a las 10.10 de la mañana llego a un establecimiento en el norte de Maracaibo. Mi acompañante para su carro justo frente al portón de la salida del estacionamiento. «Tengo que aprovechar la bajada, porque se me dañó la batería», aclara. Desde hace tiempo no se consiguen y están caras.
«No hay cola por los ‘bachaqueros’, hay cola para las captahuellas», dice un vigilante, quien me prepara para lo que voy a encontrarme una vez que pase la puerta.
Al ingresar me indican que si quiero adquirir productos regulados debo registrarme en el sistema biométrico adoptado por los supermercados en Zulia desde julio, para identificar a los compradores y limitar la cantidad de artículos que pueden comprar semanalmente. De acuerdo con el Gobierno, la medida es para frenar el «bachaqueo» y recobrar el abastecimiento.
La fila para ingresar los datos empieza cerca de la entrada del local, junto a las cajas registradoras, sigue por todo un pasillo y termina en el otro extremo, donde termina el establecimiento. Respiro profundo, me resigno. Todo sea por adquirir los rubros que hace meses no veo en los anaqueles. Leche completa y champú están dentro de mis prioridades.
Larga espera
A las 10.15 me planto en la cola. Apenas me ubico la señora de adelante, una maestra de preescolar, se muestra dispuesta a ayudarme. «En un pasillo hay azúcar. En las cajas pagas el aceite y la harina, eso te lo entregan en la salida», me dice. Así me indica el procedimiento a seguir.
Mientras espero le pido a mi acompañante que me alcance dos kilos de azúcar, la cantidad máxima que me permitirá llevar el sistema. Si aguardo hasta culminar mi registro, lo más probable es que no encuentre.
Miro el reloj y son las 10.45. Llevo media hora y aún no ingreso mis datos. Recuerdo que el sábado Andrés Eloy Méndez, el nuevo superintendente para la Defensa de los Derechos Socioeconómicos, me dijo que el proceso solo tomaba 30 segundos. Él no se demoró porque le habilitaron una máquina para chequearse, así como todo un pasillo repleto de productos para que mostrara en un pase en vivo para el canal de Estado que no había escasez. Yo si tengo que hacer la fila, al igual que las decenas de personas que están frente y detrás de mí. Tampoco tengo anaqueles apartados, así que espero que alcance lo que hay.
El tiempo transcurre mientras escucho las quejas. «Este sistema es como el de Cuba», dice una señora.»Hay que hacer una cola para registrarse y después otra para pagar», comenta otra. «Tanta cola e igual no hay nada», «en Caracas sí están bravísimos por las captahuellas», «¿cuándo será que se podrá comprar como antes?», «el Gobierno siempre nos mete sus medidas». Todo un rosario de críticas.
Un hombre detrás deja conocer su opinión: «Las captahuellas deberían estar en las mismas cajas, así uno no tendría que estar haciendo tantas colas». Comparto su planteamiento. Pero los dueños de los supermercados no piensan lo mismo. «Cada una nos sale en 12 mil bolívares. Las pagamos nosotros. Con tres es suficiente», me dijo uno la semana pasada.
Se hacen las 10.55. La educadora amable me cuenta su vida desde hace 40 minutos. Solo hace pausas para tratar de organizar a la gente y para pelear con las personas que por aquello de la «viveza criolla» quieren pasar sin hacer la fila.
Tras 58 minutos me toca mi turno. Paso por una de las tres máquinas habilitadas. La empleada del establecimiento introduce mi número de cédula y comprueba mi identidad con las huellas de mis dos dedos índices en el sistema biométrico. «Listo, puede comprar», me dice.
La sorpresa
Hago una lista mental de lo que necesito y empiezo mi recorrido por los pasillos. Para mi sorpresa no hay champú, acondicionador, afeitadoras, desodorante, jabón, detergente, ni lavaplatos. Tampoco leche, arroz, café y galletas de soda. Según las declaraciones de funcionarios del Gobierno, los supermercados en los que funciona el sistema son un paraíso, sin colas y con todos los productos.
En la puerta del comercio está pegada una lista con 20 artículos y las cantidades permitidas para los consumidores. Pero dentro solo hay cinco de ellos: papel sanitario, margarina, harina de maíz, aceite y azúcar.
Sin hallar ni el champú ni la leche, me dispongo a pagar. En las manos llevo azúcar, sin embargo, en la caja me facturan también la harina y el aceite. Ambos los retiro en la salida del local. Pregunto por qué no colocan esos rubros en los anaqueles. «Es que la gente se vuelve loca cuando los ve», me responde un trabajador detrás de una barrera hecha con carritos para hacer mercado.
Así, luego de una hora de espera, salgo con tres artículos. Ni modo, me toca ir a otro lugar. Tendré que volver a hacer cola y pasar por otro captahuellas, ese que no me garantiza hacer una compra completa.
Por Daniela García
LA VERDAD.COM