El socialismo del siglo XXI no deja escapar la menor oportunidad que se le ponga a tiro para reafirmarle al mundo que es uno de los gobiernos más hilarantes y fantasiosos que existen en este torturado planeta. Desde el famoso “gasoducto del Sur” publicitado por Hugo Chávez al punto de que jamás se inició su construcción, hasta las decenas de puertos y puentes, trenes y aeropuertos que hoy solo permanecen, si acaso, en los archivos de los diarios y en los videos de la televisión oficialista acumulados en algún olvidado rincón.
Los socialismos tropicales tienden a provocar en los dictadores que acumulan poder y dinero, un alud de alucinaciones interminables y a la vez risibles, solo que nadie se atreve a decirlo en público y si lo dice es mejor que se exilie rápidamente. En el caso de Fidel Castro es harto conocido el fracaso de la gran zafra en la que embarcó a Cuba partiendo de la ilusión infantil de que para levantar la alicaída producción de azúcar lo que hacía falta era trabajo voluntario.
Fidel, el señor que todo lo sabía, olvidó que la realidad era más complicada de lo que imaginaba y que cualquier fantasía de un dictador podía terminar en un estruendoso fracaso, tal como ocurrió. Hoy la industria azucarera cubana no termina de curar sus heridas de ese desastre que, entre otras cosas, obligó en cierto momento a la isla caribeña a importar azúcar para cumplir los requerimientos de la población y también para cumplir compromisos internacionales firmados antes de la debacle.
De la mano de las fantasías de Hugo Chávez y de los disparates económicos de Nicolás ha llegado el hambre, la miseria, la delincuencia, los males del narcotráfico, los niños desnutridos, los enfermos que mueren por falta de medicinas y los ancianos abandonados a su suerte. No hay una pizca de racionalidad y de autocrítica que les permita al menos corregir sus gruesos y vulgares errores. De manera que resulta difícil pensar que alguien así pretenda mantenerse en el poder por muchos años más.
Veamos un ejemplo sencillo y reciente. El señor Maduro amenaza a unas pequeñas islas cercanas a Venezuela con impedir los tratos comerciales, turísticos y financieros. Se trata de Aruba, Curazao y Bonaire, desde donde siempre ha existido un comercio legal e ilegal que viene de tiempos de la Colonia. Los cultivadores vendían a los comerciantes que llegaban sigilosamente a las costas venezolanas los productos de sus cosechas para evadir los impuestos de la corona española. Se dice que hasta la familia Bolívar saboreaba para la época las mieles de ese “delito”.
Ahora resulta que Nicolás pretende que esas islas hay que castigarlas, al estilo de Donald Trump, porque nos están robando la comida. Menudo error porque un delito como el contrabando no produce hambre porque no es su objetivo, sino evadir impuestos. La isla de Margarita vivió mucho del contrabando y no había miseria ni delincuencia armada como ahora.
En el Zulia, específicamente en la Goajira, al ser una región fronteriza, esta práctica se da legal e ilegalmente desde siempre. En Suiza, por ejemplo, muchos diplomáticos cruzan la frontera hacia Francia para hacer sus compras porque el cambio de divisas es favorable.
Editorial de El Nacional