A pesar del paquete de austeridad que aprobó su Parlamento, este país aún no ve salida de la crisis.
Parece increíble, pero Grecia, a pesar del muy doloroso paquete de austeridad que aprobó su Parlamento, y de las amplias concesiones que tuvo que hacer a sus acreedores, que en algunos apartes parecen humillantes y ponen en entredicho su soberanía, aún no garantiza su permanencia en la zona euro.
En lo que suena a película de horror que no tiene fin, el inflexible ministro alemán de Finanzas, Wolf-gang Schaeuble, dijo que duda de que Atenas reciba el esperado tercer rescate porque las necesidades se han incrementado, y que una salida temporal de la zona euro sería una mejor opción para Grecia.
Esta es una de las líneas rojas que, en teoría, varios países, entre ellos Francia, habían trazado respecto a las negociaciones con Atenas, pero cada vez se ventila más como una posibilidad real. La misma canciller alemana, Ángela Merkel, ante las críticas a su ministro, salió a defender el debate sobre esa cuestión, uno de los más indeseados escenarios en la historia de la Unión Europea, pues pone en entredicho el tan asentado concepto de la “irreversibilidad del euro” y, a ojos de Estados Unidos –que ve la crisis desde una óptica más geoestratégica que económica–, podría abrir las puertas para que Rusia o China se posen o aprovechen la debilidad de un socio de la Otán, nada más ni nada menos.
Por ahora, el Banco Central Europeo abrió los grifos de sus créditos de emergencia para que la economía griega pueda cumplir sus compromisos más urgentes, a la espera de que el Parlamento heleno agilice el apretón, que, todos saben, será insuficiente. Hay consenso, no solo entre economistas, sino también en el Fondo Monetario Internacional, en que la deuda es ‘insostenible’, por lo que son necesarios un perdón parcial y una reestructuración, algo que a muchos gobiernos les provoca dolor de cabeza pues, al fin y al cabo, es dinero de los contribuyentes.
Pero las nebulosas no terminan acá. El panorama político interno de Grecia no es nada claro. Con la votación del miércoles a favor del paquete de austeridad, la coalición del primer ministro Alexis Tsipras se fracturó en pedazos, pues 32 de sus socios votaron en contra y, paradójicamente, quienes terminaron dándole la mano fueron sus opositores europeístas. Esto significa que si para la próxima votación sobre otro paquete de reformas no ha recompuesto la relación con sus amigos, podría verse obligado a adelantar elecciones, un escenario que les suena a música a muchos gobiernos conservadores, como el de España, que ven en la caída de Tsipras o del partido Siryza un debilitamiento de los movimientos con un ideario similar que tienen en su propio país, como Podemos, que tanto los agobia.
Así las cosas, desde esta esquina del mundo se ve con suma preocupación lo que está sucediendo. La integración europea, uno de los más audaces, bienaventurados y admirados proyectos creados en la historia reciente, está atravesando sus momentos más grises.
Superado este trance, la Unión saldrá fortalecida y con nuevos bríos. Pero sería bueno recordar cuáles fueron las piedras angulares de búsqueda de paz, bienestar de los pueblos, solidaridad e integración sobre las que se erigió el edificio europeo. Quizás allí está el guion para que esta película tenga un final feliz.
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