En un contexto de incertidumbre tras las elecciones generales, el expresidente socialista explica su punto de vista sobre la actual crisis política y ofrece un marco en el que pueda encontrarse una salida
Como recuerda en esta entrevista, hace 20 años que Felipe González salió del Gobierno y 19 desde que abandonó la secretaría general del PSOE. Sin embargo, su influencia dentro de su partido y en la sociedad no solo no ha decrecido en este tiempo, sino que ha aumentado ahora que el país vive la zozobra de una crisis política de muy difícil solución y de consecuencias inciertas.
Después de varios días en los que su silencio ha sido interpretado de muy diversas maneras y su posición manipulada en beneficio de intereses particulares —“estoy cansado de que interpreten lo que suponen que pienso o debería pensar”—, González explica en estas páginas su verdadero punto de vista sobre la situación actual y ofrece un marco en el que pueda encontrarse una salida.
Para ello, sostiene el expresidente del Gobierno, es preciso que los dos principales partidos del país, el Partido Popular y el PSOE, ambos derrotados en las recientes elecciones,dejen a un lado la preocupación por su futuro y antepongan los intereses de España. Defiende un proyecto reformista que supere el inmovilismo practicado durante estos años por Mariano Rajoy y el liquidacionismo que pretende Podemos.
González califica de “irresponsabilidad” la decisión de Rajoy de renunciar a formar Gobierno sin retirarse ni permitir que otro dirigente de su partido lo intente. También alerta sobre los riesgos de un pacto del PSOE con Podemos, partido del que afirma que pretende “liquidar el marco democrático de convivencia y, de paso, a los socialistas”. No defiende ninguna combinación precisa para formar Gobierno. Prefiere un Gobierno progresista y reformista, pero admite que es muy difícil porque no existe una mayoría de esa naturaleza en el Parlamento. En todo caso, recomienda que ni el PP ni el PSOE impidan que el otro forme Gobierno si ellos mismos no lo pueden lograr.
Pregunta. ¿Considera que la crisis actual puede ser la prueba de que el sistema político español ha entrado en crisis?
Respuesta. Hace algún tiempo que presenta síntomas de deterioro el sistema surgido de la Transición y la Constitución del 78. Después de más de tres décadas que deben ser calificadas de éxito histórico para España, el sistema necesita reformas y cambios regeneracionistas. Pero las actitudes inmovilistas y las liquidacionistas estrechan el margen para propuestas de reforma que son cada vez más necesarias.
La crisis financiera y sus terribles consecuencias económicas y sociales han acelerado la sensación de que hacen falta cambios. Muchos ciudadanos ven en peligro los derechos que consideran adquiridos, en sanidad o educación, por ejemplo. Pero también han sufrido un ajuste basado en el paro, la devaluación salarial, la precarización del empleo y la consiguiente pérdida de dignidad del trabajo. Ahora, en la frágil recuperación, los ciudadanos siguen viendo que las desigualdades no se corrigen. La sensación de agotamiento aumenta con la serie permanente de casos de corrupción, tanto los que están llegando a la justiciacomo los que aparecen sin cesar.
La crisis aumenta de tamaño por la aparición del secesionismo, que plantea un desafío para una España que ha sido un espacio público compartido durante 500 años. La propia Unión Europea se ha equivocado en el enfoque de esta crisis que nos afecta a todos, y España es cada vez menos relevante en las decisiones de la Unión.
“No tendrían que negar la posibilidad de un Gobierno si no pueden hacerlo ellos”
Así que, en efecto, vivimos una especie de final de ciclo, sin que se abra paso un proyecto reformista imprescindible para España. En los años ochenta sabíamos dónde estábamos y qué queríamos ser, pero, como otras veces en la historia, parece que nos hemos salido de la ruta y no sabemos ni a dónde vamos ni quiénes somos. Falta un proyecto reformista para España.
P. ¿Por qué entonces ha sido el PP el partido más votado?
R. Eso es un hecho, porque la concentración de voto de la derecha en torno al PP ha sido mayor que los votos en el espacio de la izquierda. Hemos pasado a lo que he dicho en otras ocasiones: un Parlamento a la italiana, pero sin italianos para manejarlo. Pero lo relevante es que el PP no ha sido capaz de leer el resultado como lo que es: una derrota. No solo por perder casi 60 diputados, sino porque está siendo rechazado por los demás partidos. O sea, porque la mayoría del Parlamento es muy crítica con la gestión del Gobierno y su comportamiento en estos años.
Es notable que es muy fuerte el rechazo a Rajoy, que no ha querido ni quiere asumir responsabilidades como dirigente del PP y del Gobierno. Igual de fuerte es el rechazo a Pablo Iglesias por la reacción que inspira su política liquidacionista. Pero ninguno de los dos quiere interpretarlo así.
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