El niño Oliver Sánchez, de ocho años, diagnosticado de Linfoma No-Hodgkin, murió la tarde de este 25 de mayo.. Su lucha fue doblemente dura, porque, además de la enfermedad, su familia tenía que enfrentarse a la escasez de los medicamentos para el tratamiento.
Hace apenas dos meses se volvió el rostro de la crisis cuando, en medio de una protesta por falta de medicinas, fue fotografiado con un cartel que decía “Quiero curarme, paz y salud”. Allí estuvo acompañado por Mitzaida Berroterán, su mamá, quien en esa ocasión dijo: “Estamos en una situación desesperada”.
“Él pidió papel y lápiz y escribió su propio cartel”,contó a medios digitales Ricardo Lobo, su primo, vía telefónica este miércoles. “Siempre fue un niño muy alegre, a pesar de su enfermedad”, dijo.
Para la familia de Oliver conseguir sus medicamentos era una odisea. Recorrían farmacias de Caracas, Charallave y Barlovento sin éxito. La única forma en la que consiguieron Fenobarbital, un anticonvulsivo, y Trileptal, antiepiléptico, fue a través de donaciones. “Nos conseguían y nos lo mandaban de otros lados. Cada vez que le mandaban un tratamiento, había que correr”, recuerda Lobo. Otro anticonvulsivo, el Epamin, también se había vuelto de difícil acceso.
La semana pasada su condición, agravada por una infección de orina y una infección respiratoria, lo llevó al coma. En el Hospital Dr. Elías Toro, en Catia, donde lo trataban desde que inició su enfermedad, no había camas en terapia intensiva para atenderlo. Según contó Esperanza Hermida, vecina de la familia, los seres queridos de Oliver tuvieron que conseguir el dinero para trasladarlo al Centro Médico Loira, donde falleció.
“Los abogados de Cecodap hablaron con la defensora y le consiguieron el cupo, pero un día después. Su mamá se lo llevó a la clínica. Uno saca el dinero de dónde sea para atender a la familia”, dijo Hermida, afligida. “Es muy duro. Se me salen las lágrimas al hablar de su caso”.
Oliver, el menor de su familia, estudiaba segundo grado en el Colegio Arandu de Charallave hasta que la enfermedad los obligó a mudarse a Caricuao, donde residían sus abuelos maternos. Su madre, empleada del Seniat, tenía un año sin trabajar. Estaba dedicada a cuidar a su hijo. El principal sustento familiar era el padre de Oliver, quien hace viajes y traslados.
El pequeño era aficionado a la música. Le gustaba bailar y tocar tambores, “aunque a veces decía que quería ser bombero”, contó Lobo. “Le gustaba ayudar a las personas. Tenía un espíritu enorme”.
Fuente: Agencias