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¿Está Joe Biden tratando de apaciguar a Irán?

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¿Está Joe Biden tratando de apaciguar a Irán?


 
En el campo de las relaciones internacionales, el apaciguamiento es una línea política orientada a contener, reducir y en lo posible hasta eliminar tensiones con un adversario, haciéndole concesiones calculadas. Como tal y en principio, una política de apaciguamiento puede ser razonable y hasta legítima, dependiendo de las circunstancias. No obstante, el término ha adquirido una pésima reputación, debido al estrepitoso fracaso de la política de apaciguamiento que las democracias europeas de la época, en particular Gran Bretaña y Francia, asumieron ante Hitler, y cuya manifestación extrema se concretó mediante el Pacto de Munich de 1938. En esa ocasión, británicos y franceses entregaron a Hitler la mitad de Checoslovaquia sin disparar un tiro. Las promesas que entonces hizo Hitler, según las cuales ya sus ambiciones territoriales estaban plenamente satisfechas, fueron violadas solo meses más tarde cuando el jefe nazi ocupó el resto de ese país.

 

 

El éxito o fracaso de una política de apaciguamiento depende de la validez o invalidez de un cálculo político y psicológico. Una política de apaciguamiento puede funcionar con éxito si el adversario al que se aplica trabaja con base en una racionalidad instrumental, haciendo estimaciones de costo-beneficio y dando pasos de acuerdo con criterios esencialmente semejantes a los de sus contrincantes. Ahora bien, con actores políticos como Hitler, por ejemplo, las cosas se complican, pues nos vemos ante un personaje que se apegaba de manera fanática a convicciones ideológicas inflexibles, y cuyas decisiones tácticas se sustentaban en el esfuerzo de engañar y en el menosprecio a sus adversarios. Hitler no creía que las amenazas de sus contrincantes iban en serio, y sus audaces movidas de ajedrez, hasta el momento en que ya no hubo marcha atrás, le enseñaron que sus adversarios temían más a una nueva guerra que a los riesgos implícitos de una política de apaciguamiento, aplicada a un actor revolucionario.

 

 

La pregunta que cabe hacerse es: si británicos y franceses hubiesen respondido con firmeza frente a Hitler, durante los años (1933-1938) en que, paso a paso, fue desmantelando las restricciones al poder alemán, ¿le habrían detenido, se habría evitado la guerra, habría tomado el Ejército alemán la decisión de deponer al jefe nazi antes de que arrojase a Alemania hacia el abismo? No podemos estar seguros, pero la conjetura de que Hitler habría tenido una mucho más intensa resistencia interna a sus designios bélicos es muy viable.

 

 

Estas consideraciones son útiles con relación al tema del programa nuclear iraní y los retos que plantea. La interrogante clave es: ¿es el Irán de los ayatolás un actor político confiable, en cuanto a su capacidad de responder a incentivos positivos y negativos y ajustar su conducta a un criterio estable de costo-beneficio, o se trata más bien de un actor político de objetivos ilimitados? Dicho de otra forma, ¿es Irán un poder que quiere apegarse al statu quo regional del Oriente Medio, o es por el contrario un poder que busca alcanzar la hegemonía?

 

 

Nuestra impresión por el momento es que el equipo de política exterior ahora de vuelta en Washington es el mismo que actuó bajo Barack Obama, y negoció el acuerdo nuclear con Irán en 2015 que luego Trump repudió en 2018. El rechazo de Trump a lo pactado en 2015 vino acompañado de la reintroducción de severas sanciones económicas al régimen de Teherán. Por otro lado, hay indicios que sugieren que el equipo de Obama, hoy de Biden, consideró y considera que Irán es un poder cuyas acciones responden a ambiciones legítimas en Siria, Irak, Líbano y Yemen, entre otros actores regionales. Si bien Biden y su gente aspirarían a que Teherán renunciase a su proyecto nuclear, tal propósito es un enunciado más que un compromiso real. Advertimos que no vemos esto como una muestra de ingenuidad, aunque puede haber algo de ello. Lo que movió a Obama y tal vez hoy también a Biden, es una dificultad para admitir que pueden en efecto existir actores políticos de objetivos ilimitados. Es posible que en el trasfondo del pacto nuclear de 2015, cuya posible renovación tanto parece entusiasmar a algunos voceros de Biden y a los europeos, existe una dificultad para asimilar que entenderse con ciertos adversarios es una meta indeseable o imposible.

 

 

En todo caso, importa tener en cuenta que la suspensión del acuerdo en 2018 avanzó en paralelo a un fortalecimiento de los lazos militares y de inteligencia estratégica entre Estados Unidos e Israel, así como a la activa promoción por parte de Washington de un acercamiento entre Israel y los países árabes sunitas. Ello culminó con los llamados “Acuerdos Abraham”, a los que quizás Arabia Saudita no tardará en incorporarse a plenitud, reconociendo a Israel. No podemos exagerar la importancia de este tsunami geopolítico, pues puso de manifiesto: 1) que Washington entendió la naturaleza revolucionaria del régimen iraní, su intención no solo de adquirir poderío nuclear sino de convertirse en poder hegemónico en la región; 2) que Washington entendió que a fin de cuentas le tocará a Israel actuar decisivamente, antes de que Teherán se haga con la bomba atómica; 3) que Washington entendió que la alianza de Israel y los árabes sunitas es la mejor garantía disuasiva frente a Irán; 4) que Washington entendió que para Israel y los países árabes sunitas el régimen teocrático iraní, que nunca ha ocultado su propósito de destruir el Estado judío, representa una amenaza mortal.

 

 

Desde que llegó Joe Biden a la Casa Blanca y hasta el momento de escribir estas líneas, se han producido ciertos hechos que cabe destacar, con relación al asunto que analizamos. En primer lugar, a finales de enero pasado, el Pentágono suspendió “temporalmente” una importante venta de armamentos a Arabia Saudita, así como de caza-bombarderos F-35 a los Emiratos Árabes Unidos. Ambas transacciones ya habían sido acordadas en tiempos de Trump. En segundo lugar, a comienzos de este mes de febrero, Teherán probó un nuevo misil balístico capaz de alcanzar el continente europeo, y desde luego a sus vecinos árabes e Israel. Nótese que no lo hicieron en octubre pasado, o en diciembre, sino ahora, como con perspicacia destacó la analista Caroline Glick en un estudio publicado hace poco. En tercer lugar, se ha conocido, filtrado por los propios iraníes, que Teherán está enriqueciendo uranio hasta el grado de 20%, muy por encima del casi 4% estipulado en el pacto de 2015. Por último, estas últimas semanas varios comandantes militares israelíes han advertido con mucha firmeza que las fuerzas armadas del Estado judío, y toda su infraestructura tecnológica y de inteligencia asociadas a lo militar, han recibido instrucciones para tener listos los planes de ataque, orientados a prevenir la culminación del camino de Teherán hacia el arma nuclear.

 

 

Como suele decirse cuando lo obvio no pareciera requerir de revelaciones adicionales: el que tenga ojos que vea…

 

 

Editorial de El Nacional

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