El gobierno de Pedro Sánchez designó como su nuevo embajador para Venezuela a Álvaro Albacete, diplomático de carrera, licenciado en Derecho y con un máster en Relaciones Internacionales, quien sustituirá a Ramón Santos, al que le llegó la hora de la jubilación. Albacete viene de ser el jefe de gabinete del ministro de Cultura y portavoz de Sumar, Ernest Urtasun. Aunque ya tiene el plácet del gobierno venezolano, es improbable que tenga tiempo de presentar sus cartas credenciales antes del acto de traspaso de mando presidencial del 10 de enero.
El nuevo embajador fue asesor de política internacional del Palacio de la Moncloa antes de incorporarse al gabinete del Ministerio de Cultura, cupo de Sumar en el ejecutivo de Sánchez. Es la primera vez en su carrera diplomática que ocupará un cargo del Ministerio de Exteriores y, nada menos, que en nuestro país en un momento de alta tensión política tras las elecciones del 28 de julio y el fraude electoral cometido por el régimen de Nicolás Maduro. El gobierno socialista de España no ha reconocido a Edmundo González como ganador de los comicios presidenciales, lo que sí ha hecho el Congreso de los Diputados.
González fue acogido como refugiado político en España, y recibido en Moncloa por Sánchez, luego de un polémico encuentro con los hermanos Jorge y Delcy Rodríguez en la propia sede diplomática española en Caracas, en presencia del embajador Santos. La mano larga de José Luis Rodríguez Zapatero, expresidente del gobierno español y autonombrado mediador para asuntos de Venezuela, actuó en ese oscuro episodio que condicionó la salida de González de Venezuela. Versiones de prensa y unas declaraciones de Julio Borges señalan a Albacete de ser “hombre de Zapatero”.
No es una buena noticia para la lucha democrática en Venezuela, dice Borges, esa cercanía con el expresidente español, quien estuvo presente en las elecciones venezolanas del 28J y luego desapareció literalmente de la escena pública, sin que se conociera su opinión sobre el resultado sin actas de escrutinio anunciado por el Consejo Nacional Electoral y después convalidado por el Tribunal Supremo de Justicia, ambas instituciones unidas a Miraflores por un cordón umbilical político. Se excusa Zapatero, como lo explicó en una comparecencia casual en Madrid, que debe actuar con discreción en favor de su rol de mediador. La mediación es una figura aceptada por ambas partes, de lo que no se tiene noticias, al menos desde el ámbito de la oposición democrática.
Más allá de la receptividad con que González ha contado en España, y de su gobierno, y de la libertad de movimientos de la que ha dispuesto para seguir defendiendo la victoria electoral de julio pasado, se espera más del Ejecutivo español, por los vínculos históricos y culturales que tiene con la América de habla castellana.
Un papel, por ejemplo, más activo y convencido en la Unión Europea, liderando iniciativas para el retorno democrático en nuestro país, en apego a los resultados del 28J ampliamente difundidos y sobre los cuales no hay duda razonable, e igualmente ante las cancillerías de las naciones de América Latina, donde la voz de España debe también recuperar su resonancia y peso históricos.
Editorial de El Nacional