El escándalo del Catargate y el fraude de fondos del erario europeo, en el que están implicadas presuntamente dos políticas griegas, no solo asestan un golpe a la credibilidad de las instituciones europeas sino también a la imagen exterior de Grecia, en un momento en el que el país está calentando motores para las elecciones del próximo año.
El hecho de que las dos políticas afectadas, la ahora exvicepresidenta del Parlamento Europeo Eva Kailí y la eurodiputada María Spyraki provengan de las dos principales facciones políticas de la Eurocámara no pone las cosas más fáciles, sino que amenaza con reforzar el recelo de muchos votantes contra la denominada «casta» política y alimentar el euroescepticismo.
A juicio de Mijalis Psilos, analista del diario económico griego Naftemporikí, por ello es de especial importancia que el esclarecimiento del Catargate no se limite a la búsqueda de un par de chivos expiatorios, mientras continúa el sistema de relaciones «opacas entre políticos y grupos de presión».
«El Parlamento Europeo, aunque elegido, está lejos de los votantes. Quienes gobiernan no son siempre los eurodiputados electos, sino quienes dan forma a las ‘telarañas’: las relaciones entrelazadas», sostiene Psilos.
En Grecia, el escándalo europeo ha caído como un jarro de agua fría tanto sobre el partido socialdemócrata PASOK-KINAL, del que proviene Kailí, quien presuntamente aceptó sobornos de Catar, como sobre la conservadora Nueva Democracia (ND), la familia política de Spyraki, sospechosa de haber cometido fraude en el pago de las dietas de la Eurocámara a un miembro de su equipo.
Lejos de defender la presunción de inocencia y de respaldar a sus respectivas políticas, como suele ocurrir en estos casos, los líderes de ambos partidos, Nikos Andrulakis, por parte de Pasok-Kinal, y el primer ministro, Kyriakos Mitsotakis, como presidente de Nueva Democracia, no dudaron ni un segundo en apartarlas de sus respectivas filas.
Corren tiempos preelectorales y el campo está lo suficientemente minado, sobre todo el de Mitsotakis, quien está perdiendo la ventaja en los sondeos de opinión que gozaba hasta hace pocos meses y al que los votantes no parecían castigar por los estragos que ha causado la galopante carestía de la vida derivada de la guerra en Ucrania.
En verano llegó el primer golpe, al destaparse una trama de escuchas con programas espía a periodistas, políticos y empresarios, que ha salpicado al Gobierno, si bien hasta ahora no ha podido demostrarse la implicación directa de Mitsotakis.
Por ahora no hay sondeos sobre si los nuevos escándalos han tenido algún tipo de repercusión en el sentir del votante.
El escándalo de las escuchas sí es percibido como grave por dos terceras partes de la ciudadanía, según una reciente encuesta del instituto demoscópico MRB.
Eso no significa que al final dejen de votar por Nueva Democracia, pues a día de hoy los problemas que más preocupan siguen siendo la subida de precios y la crisis energética, para la que ningún partido tiene la panacea.
Algunos analistas, como Kaki Balí del diario izquierdista Avgi creen que si existe algún partido que puede salir beneficiado indirectamente de la situación este sería Syriza, pues hasta ahora no se ha visto salpicado por ningún escándalo de corrupción.
«Sí que ha habido acusaciones contra Syriza cuando estaba en el Gobierno de haber intentado influir en algunos procesos, como la venta de licencias de televisión, pero a nadie se le ha acusado de haberse beneficiado personalmente de algo», señala Balí a EFE, si bien reconoce que a día de hoy nadie puede saber si el votante dará importancia a los escándalos en las urnas.
A juicio de Dimitris Jristópulos, profesor de Ciencias Políticas a Historia en la Universidad Pandion de Atenas, lo que sí está claro es que la serie de escándalos por la que atraviesa el país hace revivir «el estereotipo del griego mentiroso, el hombre con una irresistible, casi racial, tendencia al fraude».
EFE