El alma, el elemento espiritual e inmortal que, según muchas religiones, forma al cuerpo humano y con él construye la esencia del hombre, ha sido concebida desde el principio de los tiempos como una entidad etérea y volátil, parecida a una corriente de aire o una respiración.
La gran mayoría de estas religiones asegura que la conciencia o alma del ser humano trasciende a la vida en sí, perviviendo más allá de la muerte física del cuerpo. Por esto, fueron muchas las personas a lo largo de la historia que intentaron demostrar empíricamente la existencia del alma. De éstos, el más recordado fue el físico estadounidense Duncan MacDougall, quien a principios del siglo pasado postuló que el alma tenía que tener una masa o sustancia medible. Su argumento fue el siguiente:
“Partiendo del supuesto de que si las funciones psíquicas continúan existiendo como una individualidad o personalidad separada después de la muerte del cerebro y del cuerpo, entonces tal personalidad sólo puede existir como un cuerpo ocupante de espacio. Y como se trata de un “cuerpo separado”, diferente del éter continuo e ingrávido, debe tener peso, igual que el resto de la materia. Esa sustancia, obviamente, se desprende del cuerpo en el momento de la muerte, y por lo tanto la pérdida de peso debe ser medible”.
El experimento
Para comprobar su teoría, el físico hizo el siguiente experimento: se trasladó a un hogar de ancianos, donde pudo experimentar sobre seis personas moribundas, pesándolas antes de su muerte en una cama que en realidad era una balanza industrial; cuatro de estos pacientes tenían tuberculosis, otro diabetes y el último sufría una enfermedad sin determinar.
Las notas de uno de los experimentos, escritas por el propio MacDougall en el asilo de ancianos, dieron cuenta del siguiente resultado:
“El paciente fue perdiendo peso poco a poco a un ritmo de 28,35 gramos por hora debido a la evaporación de la humedad a través de la respiración y la evaporación del sudor. Durante las tres horas y cuarenta minutos que duró el proceso mantuve el final del astil de la balanza un poco por encima del punto de equilibrio y cerca de la barra limitante superior para que la prueba fuera más concluyente en caso de que se produjera la muerte. Transcurridas tres horas con cuarenta minutos, el paciente expiró y, de golpe y coincidiendo con la muerte, el final de astil bajó y golpeó de forma audible la barra limitante inferior y permaneció allí sin rebotar. La pérdida de peso se estableció en 21,26 gramos”.
En un estudio posterior Macdougall también pesó a 15 perros moribundos en balanzas, descubriendo que su muerte no implicaba ninguna pérdida de peso. Por ello concluyó que los animales no tenían alma.
Revuelo mundial
Las conclusiones de los experimentos de Mac Dougall, que comenzaron en 1901, fueron publicados seis años más tarde en la revista “American Medicine” y en el diario New York Times bajo el título: “El alma: hipótesis relativa a la sustancia del alma junto a una evidencia experimental de la existencia de dicha sustancia”. El estudio causó de inmediato bastante revuelo y desde entonces se originó el mito de que el peso del alma correspondía a 21 gramos.
El experimento de Mac Dougall, como era previsible, fue duramente atacado por la comunidad científica, que criticó su falta de exactitud y rigurosidad. El físico Augustus P. Clarke, por ejemplo, señaló que en el momento de la muerte se producía un repentino incremento de la temperatura corporal debido a que los pulmones dejaban de enfriar la sangre. Entonces, el consecuente incremento de la sudoración podría explicar fácilmente los 21 gramos perdidos. Clarke también agregó que los perros carecían de glándulas sudoríparas y por eso su peso no sufría ningún cambio súbito al morir.
En 2005, el doctor Francis Crick (Premio Nobel 1962), aseguró que los 21 gramos que había percibido MacDougall en sus experimentos era una pérdida del proceso físico del cuerpo, exactamente del cerebro y no del alma. Según él, la actividad neuronal producía un campo eléctrico que hace que el cuerpo pese más. Entonces, al detenerse esta actividad neuronal (al morir) desaparece y por tanto el peso también (este argumento, sin embargo, no explicó por qué los perros, que también tienen actividad neuronal, no perdieron peso al morir).
Otros físicos también rebatieron a MacDougall asegurando que para que una masa de 21 gramos se transforme en energía y salga del cuerpo, científicamente, debe producir un haz de luz. Lo curioso es que el mismo Mac Dougall, quien en otro experimento intentó ver el alma mediante una máquina de rayos X, aseguró que había visto un halo de luz en 12 personas moribundas.
Independiente de las discusiones científicas, el supuesto peso de 21 gramos del alma humana se ha transformado ya en una suerte de mito popular. Para los escépticos, en tanto, el argumento es simple: si no existe ninguna evidencia científica de la existencia del alma, ¿qué sentido tiene hablar de su peso?
fuente guioteca.com