No es tarea sencilla escribir o hablar –sin caer en la incorrección política– de la discrecionalidad del gobierno respecto a quienes merecen reposo perpetuo en esa suerte de hall de la fama en que la arbitrariedad de Chávez y la brejetería del que le sucedió, propenso a copiar defectos pensando que son virtudes, convirtieron el Panteón Nacional. Al astro comandante le encantaba jurungar muertos y jugar con sus osamentas. Lo hizo con el Libertador y las malas lenguas aseguran que, por esa necrófila profanación, fue objeto de una maldición que le costó la vida. Como les sucedió a quienes saquearon la tumba de Tuntankamón.
Asimismo, gustaba el eterno de dar simbólica sepultura en el recinto reservado al procerato a héroes de su invención, personajes cuya dudosa bravura ha de atribuirse a un fervor chauvinista necesitado de mitos para alimentar la leyenda negra de la conquista hispana. Es el caso de Guaicaipuro –¡viva la resistencia indígena!–, de quien ni siquiera sabemos con certeza cómo, cuándo y dónde murió, y por eso yace en una fosa virtual. Sí, el socialismo del siglo XXI ha abierto las puertas del panteón a presuntos preteridos por el odio clasista de los que han detentado el monopolio de la historia. ¡He dicho! (aplausos: ¡clap-clap-clap!).
Al cacique le sucedió otra incertidumbre: Pedro Camejo, soldado afrodescendiente, ascendido a sargento por manuales escolares y al que Maduro, aconsejado vaya usted a saber por cuál folklórico y delirante indigenista o español mercenario de Podemos, le agenció plaza para que no digan que somos excluyentes, cual la derecha retrógrada y racista, ¡no! Aquí no, este no es un cementerio sifrino donde todos se mueren por ir, no señor. Y para demostrarlo vamos a enterrar en este sagrado Olimpo a la Negra Hipólita, a la Negra Matea y la india Apacuana –¡entren que caben 100: 50 paraos y 50 de pie!–, sí, A-pa-cua-na, de la que nada sabía uno, pero sí el camarada antropólogo que la sugirió e hizo su tesis sobre los quiriquire, que ni idea, tampoco, de quiénes son, pero que deben haber sido bien bravos, ¿o no? ¿Y las negras? Nobles esclavas de la familia Bolívar, que bastante corrieron para salvarse de los deseos insaciables del padrote que engendró a Simón Antonio, según los historiadores. ¿No creen ustedes, compañeros y compañeras, que tal pelusa bien vale esta gloriosa inhumación en honor de la mujer?
¿Y cómo van a meter a esas negras y a esa india en el Panteón?, se estará preguntando la cúpula de nuevos ricos bolivarianos. ¿Por la puerta de servicio? Solo nos resta anunciar que próximamente trasladaremos a este santo lugar los restos de los dos mejores amigos del padre de la patria: su perro Nevado y su caballo Palomo. Y, claro, los del indio Tinjacá, que fue quien le obsequió el fidelísimo mucuchíes.
¿Se buscará con esa saturación justificar el traslado de Bolívar al mausotreto farruquiano, que –como se sabe– tiene espacio previsto para dos sarcófagos? Saque usted sus conclusiones.
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Por Confirmado: Oriana Campos