En un país hecho jirones, en el que la institucionalidad naufragó en el mar de estupideces en cuyas aguas gustan navegar los que aún no se han enterado que el socialismo fracaso, murió y fue enterrado (y que su resurrección no produce sino gobiernos zombis); en el que se enaltece el delito y se honra a los que le perpetran a raíz de la asignación de responsabilidades ministeriales a generales presuntamente implicados en el negocio de la droga, se ha hecho evidente que lo que antes era una raya ahora es blasón que enorgullece al jefe del régimen, en un país tal en el que, además, la perversión judicial ha alcanzado niveles que harían sonrojar al más venal de los jueces, nada de extraño tiene que se viva mejor en las cárceles que en libertad.
“Mi novio, que está preso por ladrón, todos los fines de semana me arma un combo que incluye pasta de dientes, toallas sanitarias, leche, harina arroz, aceite, huevos, champú, carne y pollo. No tengo que salir de madrugada a ver si pesco algo en algún mercado. Aquí hay de todo. Incluso hago compras y les vendo a mis vecinos, que están desesperados porque no consiguen nada en el mercado San Vicente de Maracay”. Esto, según reseñó la periodista Natalia Matamoros en este diario, lo contaba mientras esperaba turno para ver a su pareja una visitante en el penal de Tocorón, en nota de cuya lectura se deriva un natural e indignado ¡no puede ser! Pero, aunque el lector no lo crea, así es.
Y si lee la información es su totalidad, necesariamente habrá de concluir que o bien el malandraje es la clase dominante en nuestra sociedad y que el gobierno es una ficción, o que éste, para mantener felices y contentos a quienes pueden integrar una fuerza de choque al momento de contener una eventual rebelión popular, los ceba como ganado de engorde para su sacrificio a la hora de las chiquiticas; tesis por demás alarmante, pero no descartable. Peores cosas hemos visto en revolución bonita pero con cara de fea.
Unas 11.000 almas conviven en Tocorón. Por ello, puede que se tomen por tropos nuestras afirmaciones sobre las bondades del cautiverio; sin embrago, no es metáfora asegurar que los pranes que allí mandan bajo la oronda y redonda mirada de la ministra del ramo se las han arreglado para montar una red de compra, venta y distribución de productos aparentemente en extinción, que debería ser estudiada por los técnicos en mercadeo de los establecimientos oficiales.
En esa colonia penal, especie de pueblo regido por un código de sometimiento a la voluntad del pranato, la práctica del bachaqueo es moneda corriente que se sostiene sobre la base, según dice un reo, “del robo de camiones con alimentos que transitan por la Autopista Regional del Centro”; robo no castigado ni penado, pues los presidiarios que el narco nicochavismo categoriza no como reclusos y presos comunes, sino como “ciudadanos privados de libertad”, gozan de total impunidad y hacen, intramuros, lo que les viene en gana. En revolución, pues, estando preso se vive mejor.
Editorial de El Nacional