Siempre se ha dicho que la economía de un país está determinada por lo que se pueda hacer con el billete de mayor denominación. Con un billete de 100 dólares, una persona puede alimentarse durante una semana en Estados Unidos; 100 bolívares no son suficientes para que un venezolano pueda comprar un cartón de huevos.
La comparación, por muy pedante o incómoda que resulte, refleja la realidad de la crisis económica que se vive en el país y que se ha agudizado durante el 2014. La escasez y la pérdida de poder adquisitivo, que se evidencia en la frase ‘no me alcanza el dinero’, golpea a todos los ciudadanos, sin distingo.
La crisis y la inestabilidad socio-política que ocupó la atención de los ciudadanos los primeros cinco meses del año, dio paso a la intensificación de un problema que toca el bolsillo de todos los que trabajan por un sueldo que les permita sobrevivir junto a su familia. Economistas como Orlando Ochoa han señalado que aún con las condiciones y las cifras con las que cierra el año, «los venezolanos todavía no viven las consecuencias más profundas de la grave situación macroeconómica de la nación y lo que ello implica para el plano fiscal y las deudas externas… es un asunto grave y delicado que no se puede palear con simples medidas como la creación de una comisión que se encargue de reducir el gasto público”.
Y mientras los especialistas analizan la situación financiera general, el ciudadano común se encuentra sumergido en su propia burbuja de sobrevivencia. Poco a poco ha logrado adaptarse a la escasez de una gran mayoría de los rubros que normalmente formaban parte de su canasta básica y se la ha ingeniado para adquirir lo poco que llega a los establecimientos cercanos a su vivienda o sitio de trabajo.
Estas circunstancias se convirtieron, además, en una plataforma para la acentuación de la corrupción en todos niveles y estratos de la sociedad. Prácticamente el 100% de los venezolanos cayó este año en las redes de los llamados ‘bachaqueros’, que expenden los rubros escasos a un costo que, en ocasiones, triplica el precio de venta establecido y controlado por el ejecutivo nacional, amparados bajo la excusa de la necesidad.
Desde una caja o jarabe de acetaminofén, pasando por las máquinas de afeitar desechables, el polvo compacto, el champú, el jabón el polvo, hasta la harina, la leche y el azúcar, entre otros productos básicos, hoy deben obtenerse a través de ‘una palanca’ en algún establecimiento comercial o mediante la compra directa a un conocido dedicado al popular y novedoso arte del ‘bachaqueo’. De lo contrario, es necesario someterse a largas colas y horas de espera para comprar el rubro deseado, a un ‘precio justo’, en uno o varios establecimientos, una práctica que además altera el presupuesto familiar porque debe adquirirse cuando se pueda y al precio que sea.
Hay descontento, sí. Pero todavía prevalece el impulso por sobrevivir y salir adelante.
Según Ochoa, el origen de la crisis no radica en la política social desarrollada por el Gobierno en los últimos 15 años, sino en «el daño causado al aparato económico, privado y público, y en los desbalances fiscales generados por una enorme inflación que ha mermado el poder adquisitivo y agudizado la escasez de insumos”.