La madre de Rivera cerrando su tienda este jueves, tras ser empapelada con propaganda.
Encuentro con los padres del líder de Ciudadanos, cuya tienda de comida preparada en Granollers ha vuelto a ser atacada esta semana
El padre se quedó en paro y la madre cocina merluza y canelones y los vende para llevar. «¿Valientes? No, es que hay que comer»
Es una tienda pequeñita en una calle estrecha, pero entra por los ojos. Un matrimonio mayor, bien abrigado y cogido del brazo, pasa por delante y se detiene ante el mostrador. «Yo sí llevaría un primero para matar el hambre», dice la mujer, tentadora. Ante sus ojos, macarrones con tomate, canelones, ensaladilla rusa, pimientos rellenos…
En una pizarra se lee escrito con tiza: «Menú diario 6,50 euros. Catering y todo tipo de encargos». En otra, en catalán, «Manjars casolans. Ració: 3,80 euros». Este jueves 7 de diciembre en Granollers, en los alrededores de la calle del Triunfo, hay mercadillo. «Tres pares de calcetines a un euro, guapa», grita una tendera bajo un cartel electoral de Carles Puigdemont y Jordi Sànchez. Hay movimiento, así que en la pequeña tienda de tradicionales platos preparados no hay quien se libre de hacer cola.
-¿Y eso qué es, nena?
-Merluza en salsa verde. ¡Muy buena!
-Pues ponme una.
En 2007 la familia Rivera halló esta carta para él con amenazas de muerte.
La mujer de acento andaluz que detrás del mostrador llena los envases de plástico con garbanzos, fideuá, merluza o lentejas es la tía de Albert Rivera. Y quien cocina todos esos platos y a veces deja por un momento el puchero para salir a ayudar a su hermana sirviendo y cobrando es Mari, María Jesús Díaz, la madre del presidente de Ciudadanos. Rubia, menuda, sonriente y muy ajetreada, atiende a Crónica mientras controla sus cazuelas.
Esta semana ha sido noticia a su pesar. No porque el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) haya dado como vencedor al partido de su hijo, sino porque, una vez más, los secesionistas han señalado su negocio.
El martes por la mañana, cuando arrancaba la campaña electoral para el 21 de diciembre, se encontró con que la fachada morada de su negocio tenía pegados unos carteles con el lazo amarillo y a favor de lo que el independentismo llama «presos políticos». Dice María Jesús que esta vez no ha podido despegarlos del todo porque «los han pegado con una cola muy fuerte». «Me arranca la pintura», lamenta, siempre sonriente, quitándose importancia. «Los carteles sólo nos los ponen a nosotros; a nadie más en toda la calle».
Ser objetivo del secesionismo intransigente le entristece pero no parece que le haga temblar. O al menos se esfuerza por que no se le note. Quizá sea porque han pasado ya 11 años desde la primera vez que tener un hijo antinacionalista en Cataluña le costó un ataque a pedradas contra el antiguo negocio de su marido, una tienda de electrodomésticos a unos pasos de aquí.
«Mi hijo sí es un valiente», dice María Jesús dando vueltas al cucharón. «Estoy muy orgullosa de él».
En 2008 les pintaron «cerdos fascistas» en su viejo local, antes apedreado.
En un bazar del puerto
La historia de María Jesús Díaz, de 58 años, y Agustín Rivera, de 65, se remonta a los años 70 en el maremágnum de bazares baratos que había en el puerto de Barcelona. Agustín, nacido ya en la Ciudad Condal en el seno de una familia obrera -algunos, estibadores- que en los años 40 había emigrado a Cataluña desde Málaga capital, trabajaba en una tiendecita de aquellas.
Y a la de al lado llegó María Jesús cuando, con 13 años, dejó su Cútar natal, un pueblecito también de Málaga, para seguir a su hermano mayor y ponerse a trabajar. Era el año 1972. «Me vine a ayudar a mis tíos, que tenían un bazar en el puerto de Barcelona. Allí vendía relojes, joyas, electrodomésticos….», relata María Jesús. «Allí me engañó», resume con gracia Agustín, que ha llegado a la tienda a hacer compañía a su mujer y su cuñada y a pedirles unas lentejas.
En septiembre, pintada contra ellos en la fachada de su nueva tienda.
Los novios se casaron (ella tenía 17 años) y tuvieron a Albert (con 20). Empezaron a criarlo en La Barceloneta, barrio marinero y humilde, en un «medio piso» alquilado de unos 50 o 60 metros cuadrados, según ha contado el líder de Cs. En 1989 lograron abrir su propia tienda de electrodomésticos en Granollers, a 30 kilómetros de Barcelona. La llamaron Bazar del Puerto.
Allí echaba una mano Albert Rivera de jovencito cuando más falta hacía, en verano y navidades. Era también la amenaza que utilizaba su padre cuando el hijo único se relajaba con alguna asignatura. Pero Albert les salió inteligente y estudioso, de esos hijos que apenas dan un disgusto a sus padres. El matrimonio medró de La Barceloneta a L’Ametlla del Vallès y pudo mandar al niño a un colegio privado (la Escola Cervetó de Granollers) y después a estudiar Derecho a la facultad ESADE de la Ramón Llull. Querían para su hijo la formación universitaria que ellos no tuvieron.
El resto es historia. En julio de 2006, un desconocido Albert Rivera, abogado de La Caixa de 26 años, cara aniñada y abrigo de señor, se erige por accidente -en concreto, por el criterio de orden alfabético, solución desesperada entre los bandos enfrentados- en el primer presidente de Ciutadans.
De entonces datan los primeros ataques al bazar de electrodomésticos de la familia. «A pedradas una noche nos rompieron el letrero del Bazar del Puerto», cuenta Agustín haciendo memoria. La cosa no acabó ahí. Un año después los padres de Rivera asistieron con inquietud a otro episodio. Lo ha contado el propio político en televisión como uno de los momentos en que se planteó tirar la toalla.
Como «los nazis a los judíos»
María Jesús Díaz se afilió a Cs desde el principio. Aquí, con su hijo Albert.
«Mi familia ha aguantado mucho. (…) Yo estaba en Valladolid en una conferencia y me llegó un mensaje de mi familia: «Te han dejado un paquete en casa, hemos llamado a los Mossos. Es una carta con una bala sin percutir y una foto tuya [con pintura roja a modo de sangre] en la que pone que si no abandonas Cataluña en tres meses, te matan»». La denuncia prosperó y fueron condenados dos jóvenes que entonces pertenecían a las juventudes de ERC.
Los ataques continuaron. Un año después, en 2008, la persiana del bazar amaneció con la pintada: Porcs feixistes (cerdos fascistas) junto a una diana. El nacionalismo «está creando auténtico odio entre los ciudadanos, marcando a la gente y a las familias en función de su ideología», clamó entonces su hijo. «No hay mucha diferencia entre estas pintadas y las marcas que ponían los nazis a los judíos».
En 2015 Agustín y María tuvieron que cerrar. La crisis económica los hundió. «Era un negocio que funcionaba bien», relató Albert Rivera en el programa de Bertín Osborne. «(Mis padres) No debían nada a nadie, pagaban sus deudas. Vivíamos bien, clase media, currando más que un reloj, de lunes a sábado, sin vacaciones. (…)Pero llega la crisis, baja el consumo (…), empiezan a vender menos y tienen que despedir a gente y a endeudarse».
Agustín cerró el bazar y a los 62 años, tras casi 30 años de negocio, «se quedó con una mano delante y otra detrás», «pidiendo un préstamo para pagar deudas», «sin nada, habiendo pagado autónomos toda la vida», lamentó Rivera, que reclama cambios legales para mejorar la situación de los autónomos. Fue una etapa mala. En unos meses, el padre consiguió un trabajo de comercial, pero tampoco le salió bien. «En agosto pedí el paro por primera vez en mi vida», relata Agustín. El 11 de noviembre se jubiló. Su pensión «no llega a los 900 euros» al mes.
El matrimonio tira ahora de los ingresos de María Jesús, que un año antes de cerrar el bazar, y gracias a su buena mano en la cocina, abrió con su hermana la tienda de comidas que ahora regenta. Con eso, dicen, «van tirando».
Desde entonces los intransigentes de Granollers ponen su foco en esta tiendecita de bacalao, guisos y natillas para llevar. En septiembre, en pleno acelerón del procés, la persiana del local apareció empapelada de propaganda independentista.Una pintada decía: Ciudadanos, no es la vostra terra ni la vostra lluita (no es vuestra tierra ni vuestra lucha).
Agustín y Albert Rivera en 2013 en su barrio, La Barceloneta. MARGA CRUZ
Rivera avisó entonces: «No vamos a permitir que los golpistas acosen a mi familia ni señalen sus negocios; algo más propio de regímenes totalitarios». Esta semana ha repetido el «no nos callarán» después de que el martes, horas antes de que protagonizara en Granollers junto a Inés Arrimadas su primer gran acto de campaña, la persiana de los Rivera Díaz volviera a aparecer manchada. «Por mucho que sigáis señalando nuestros comercios y a nuestras familias, no nos callaréis. Os ganaremos, votando. Nos vemos hoy en Granollers».
«Aunque tuviéramos miedo»
«Nos están señalando. Por eso debemos denunciarlo. Ya se le pasará a esta gente», afirma María Jesús. Tanto Agustín como ella -que se afilió a Ciutadans «desde el principio»- han apoyado siempre a su hijo en su salto a la política. Hasta han formado parte de listas electorales de Ciudadanos en puestos de relleno, como cuando María José fue la número 20 y Agustín el número 22 en Granollers en las municipales de 2011.
Por la tienda de la calle del Triunfo siguen pasando clientes. Muchos habituales; otros, atrapados por los platos que ofrece el escaparate y lo razonable de sus precios. En este municipio (60.000 habitantes, capital del Vallés Oriental, alcalde socialista) nadie diría que el local pertenece a los padres de Rivera. En el balcón de una céntrica librería luce una gran pancarta con el lazo amarillo y la petición de «libertad para los presos políticos». De varios pisos -pocos- cuelgan esteladas. Pero en esta tiendecita no se ve ninguna bandera de España ni ninguna senyera y sí rotulación exterior en catalán: «Horari. De dilluns a dissabte…» (de lunes a sábado). Nada hace pensar que, tras la cocina, se mueve sin pausa la madre del catalán convertido en enemigo público del nacionalismo regional. Ellos no se señalan. Los señalan.
«No te puedo atender más, que aún me queda mucho», sonríe Mari antes de despedirse. Le esperan aún muchas cazuelas. Su marido, socarrón: «¿Valientes? Aunque tuviéramos miedo, no nos queda otra que trabajar. ¡Nos acostumbraron a comer desde pequeños!».