El presidente Guaidó se movió como pez en el agua en su gira internacional. Si ya había demostrado pericia nadando en la corriente doméstica, demostró que no solo podía flotar a gusto, sino también ganar campeonatos ante olas que jamás había probado. Se ganó todos los trofeos, pero debe validarlos ante el público al regresar. No solo él, sino también los miembros de su equipo de atletas, pues hasta ahora han salido airosos en todos los certámenes como parte de un conjunto que ha mostrado sobradas cualidades para el cometido de alcanzar una meta esquiva ante la llegada de los contendientes.
La meta sigue esperando en el mismo lugar, con la misma necesidad de evitar que los adversarios chapoteen en sus orillas. No se ha movido, se mantiene en sus trece con sus antiguas medallas doradas, o solo con las de bronce que ahora puede colgar en el pecho, y quién sabe las cosas en las que estén trabajando sus estrategas para mantener el monopolio. Habitualmente no dicen mayor cosa los que las manejan, sino que comienzan a bracear sin compasión al unísono cuando las olas se agitan. Nadie sabe si juegan con una sola opinión, o si discuten airadamente sobre cómo mantenerse seguros en los escalones del podio, pero lo cierto es que no se ven disgregados a la hora de dar la batalla y que sienten que no tienen todas las de perder.
La situación obliga a que el presidente Guaidó y su elenco de asesores tracen con seguridad los próximos pasos. Deben entender que la escena ha cambiado desde su ascenso a la primera cúspide, porque los vaticinios de victoria no se cumplieron sino a medias. La imposibilidad de introducir al país la ayuda humanitaria desde los países fronterizos obliga a una reflexión a través de la cual se anuncien acciones diversas contra la usurpación. La inhumana actitud de la dictadura contra la comunidad pemón aconseja nuevas búsquedas para lograr el desplazamiento del usurpador. El hecho de que los altos mandos de las fuerzas armadas se tomen demasiado tiempo en el análisis del disparadero nacional no es halagador. La posibilidad de que los ánimos masivos del pueblo opositor se conviertan en impaciencia y después en frustración requiere paliativos urgentes, no vaya a ser que pasemos del gozo al foso en el plazo de sesenta días.
El ambiente sigue siendo propicio para las alternativas de un cambio político. Ningún escollo de real trascendencia se ha atravesado en el camino. El periplo suramericano del presidente Guaidó ha levantado el ánimo de sus seguidores, en lugar de reducirlo. Los soportes de las democracias extranjeras se mantienen, mientras los negocios diplomáticos se aferran a su habitual morosidad sin ofrecer soluciones automáticas. Pero el usurpador busca nuevas oportunidades, mientras se niega a reconocer que cada vez pierde mayores posibilidades de gobierno porque sigue disponiendo de sus ventajas sin caer en el abismo.
De allí la necesidad de pensar en que la oposición no puede actuar como en los últimos dos meses. Aunque manteniéndose en el mismo carril prometedor, los nuevos pasos no pueden ser como los anteriores. Hay que estudiar los variados matices que conforman el panorama para actuar en consecuencia. Sabemos que el presidente Guaidó y sus asesores están claros ante la aparición de situaciones que los obligan a mirar todo con ojos distintos, pero no es inoportuno que se lo recordemos hoy desde aquí.
Editorial de El Nacional