La escasez de insumos de laboratorio que mantiene en jaque la atención médica en el Hospital J.M. de Los Ríos, en San Bernardino, ha obligado a la dirección de ese centro de salud a saltar los protocolos institucionales, destinando recursos económicos en efectivo a los niños que reciben tratamiento de hemodiálisis, para costear los gastos en laboratorios privados que dispongan de reactivos.
«En la administración nos dan el dinero a los padres para pagar los estudios sanguíneos que cuestan 300 bolívares en otros laboratorios», afirma Del Valle Díaz, quien es de Cumaná estado Sucre, y dializa a su hijo en el Hospital de Niños desde diciembre de 2013.
Brigitt Terán, madre de uno de los infantes con insuficiencia renal, que aguarda por un trasplante de riñón, relata que la enfermedad de su hijo es un asunto cuesta arriba.
«Lo más difícil es no tener los recursos porque la institución no está en capacidad de hacer exámenes de ferritina, hierrosérico y de sangre que requiere mi hijo cada semana», dice.
En marzo de este año, su pequeño de 6 años ingresó a lista de espera para ser trasplantado en el Hospital Militar. Desde entonces -cuenta la madre asombrada-, dos riñones se han cruzado en su corta espera, sin poder concretarse la intervención por la falta de recursos y por la vulnerabilidad del infante ante un derrame sanguíneo.
«Estamos esperando a que aparezca otro posible donante», dice Terán, al cataloga la oportunidad de operarse como un asunto de suerte, pues indica que en el nosocomio adscrito a las Fuerza Armada Nacional hay toda la voluntad para intervenirlo lo antes posible.
Y es precisamente en ese centro, situado en San Martín, donde Carlos Castillo, un taxista de 65 años de edad, tiene depositada la ilusión de ser trasplantado, ya que desde el año pasado ingresó de manera súbita a la terapia de diálisis luego de que sus riñones colapsaran producto de una silente hipertensión arterial que le valió la función renal.
Alexia de Castillo, esposa del afectado, manifiesta en sala de espera de la Unidad de Hemodiálisis en el piso 9, que para él ha sido un proceso traumático pues está consciente que antes de su caso, hay cientos de jóvenes que aspiran a un órgano que los devuelva la normalidad.
«Esperar por un riñón es una experiencia muy triste porque se te acorta la vida mientras pasan los días», cuenta la esposa.
JULIO MATERANO | EL UNIVERSAL