Hay un dicho que reza: zapatero a sus zapatos, y no solo se aplica perfectamente al oficio de hacedor de calzado, sino a muchos otros para los que la preparación y la experiencia son clave. No se ha visto en ninguna parte del mundo que se obligue a un zapatero a criar reses para obtener el cuero, que es su materia prima. Sin embargo, al gobernador del Táchira se le ocurrió algo muy original: que los panaderos se pongan a sembrar trigo para que puedan hacer canillas ad infinitum, en producción continua, como lo establece la novedosa (por disparatada) regulación que anunció el vicepresidente en días pasados.
“No veo a ningún panadero que se haya acercado a nosotros a sembrar trigo”, afirmó el gobernante tachirense. Y tal aseveración la hace con todo desparpajo porque pretende que un hombre que sabe del mágico secreto de convertir la harina en preparaciones deliciosas, sepa también del maravilloso oficio de sembrar una semilla para luego cosechar las doradas espigas. Como si 30 hectáreas de trigo fueran la solución para cargar las 133 gandolas mensuales de materia prima que necesitan los panaderos en la región.
Este país ha sido víctima de la ineficiencia de una camarilla cívico militar que cree que gobernar es lo mismo que mandar en un cuartel o manejar un autobús. No se han dado cuenta de que hay que estar preparado para el gobierno. Como no son profesionales, no respetan la profesión de cada uno y pretenden que panaderos se dediquen a la siembra. Creen que es suficiente pertenecer a un grupejo con nombre rimbombante como Comités Locales de Abastecimiento y Producción para saber cómo se prepara la masa madre, cuánto tiempo de amasado lleva y a qué temperatura debe estar el horno.
Como bien lo sintetizó Edo en esta misma página hace unos días, las panaderías manejadas por los CLAP tendrán el mismo destino de las areperas socialistas y la ruta de la empanada. Ahora resulta que vender cachitos es malo, y con estas regulaciones que pretende aplicar el vicepresidente pasarán también a formar parte de los desaparecidos del régimen, así que, estimado lector, cómalos ahora, que después quién sabe.
Sancionan a un panadero porque hizo las canillas de 140 gramos en vez de 180, pero son incapaces de castigar a unos cuantos mafiosos del trigo que se hacen millonarios vendiendo un saco de harina en 100.000 bolívares. Todo esto hace que Miraflores parezca más un circo que un palacio de gobierno, y sería cuestión de risa si no fuera porque las alternativas alimenticias para la gente se reducen cada vez que un payaso rojito suelta un nuevo disparate. Ya el venezolano ve la arepa cuadrada y la empanada por las nubes. El pan francés del que tanto goza el vicepresidente quedará para los boliburgueses que poco aprenderán a llamarlo baguette, pero sí pueden ir a París a comerlo.
Mientras tanto, en medio de la arena del circo, el presidente baila salsa con todo su combo y se pregunta cuándo será oportuno arremeter contra los huevos, que ya hicieron desaparecer una vez, pero hazaña será hacerlo dos veces.
Editorial de El Nacional