Los estadounidenses participan el martes en algo que va mucho más allá de unas elecciones parciales
Donald Trump, en un acto de campaña. AARON P. BERNSTEIN AFP
El próximo martes, EE UU celebra unas elecciones trascendentales para su democracia. La creciente polarización que vive la potencia norteamericana hace que cada contienda electoral sea más relevante que la anterior, pues determina cada vez más que haya decisiones irreversibles. Un ejemplo de ello fue la elección del conservador Brett Kavanaugh como juez del Tribunal Supremo, que siguió líneas marcadamente partidistas en el voto en el Senado rompiendo con la tradicional colaboración entre partidos.
Estamos, además, ante las primeras elecciones con Donald Trump en la Casa Blanca. Los republicanos poseen un enorme poder institucional, con la presidencia y la mayoría en ambas Cámaras. Si los demócratas recuperan al menos la mayoría en la Cámara de Representantes, el resultado de estos comicios podría configurar el primer gran contrapeso político a Trump. Se trata, por tanto, de la ocasión de comprobar si el particular estilo trumpiano será castigado o premiado por el electorado y de si los estadounidenses desean continuar ahondando en las brechas raciales y sociales acentuadas por las políticas del presidente: pero también de si la ciudadanía se mantiene fiel a la dinámica de polarización política y a un Gobierno caracterizado por el caos y la extravagancia.
Las líneas fundamentales que han guiado la campaña son un mal presagio. Trump ha vuelto a colocar con éxito en la agenda política el tema estrella de la inmigración, un terreno demagógico en el que se sabe ganador. El envío de tropas ante la llegada de la caravana de inmigrantes, o la propuesta de abolir el derecho a la nacionalidad por nacimiento no dejan de ser maniobras populistas dirigidas a tal fin. La oposición demócrata y los medios de comunicación han entrado de lleno en la provocación.
Pero lo cierto es que, aunque estas elecciones consigan frenar en algún grado el poder de Trump, seguimos empeñados en minusvalorar al presidente y a sus electores. Es muy posible que Trump y el resto de sus hombres fuertes hayan logrado ya un éxito rotundo: marcar la agenda política para la próxima generación.