Este término tan particular, que desde la antigüedad ha servido para conquistar doncellas y damiselas, e incluso galanes, de acuerdo a la historia procede del griego “pyrōpós”, que se utilizaba para describir a aquello de color encendido o parecido al fuego. Posteriormente, los romanos tomaron la palabra y la adaptaron al latín “pyrōpus”, usándola para definir a una piedra preciosa de color rojo, parecida al rubí y variante del granate.
Lo curioso de la historia, es que el piropo fue relacionado inicialmente con una joya, que solía ser obsequiada a las mujeres que querían cautivar los pretendientes, por lo que pasó a definirse como la acción de regalar algo bonito, delicado, hermoso o sutil a una dama.
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