Desde que los venezolanos demócratas le ganaron por paliza las elecciones parlamentarias a Maduro y al capitán Cabello, el alto mando del oficialismo se ha ido quitando la careta poco a poco, como una bailarina de striptease se quita la ropa hasta quedar en cueros. En el caso de Maduro, hoy no puede ocultar que es un simple y vulgar dictador como tantos otros en la triste historia de América Latina. Ya el mundo entero ha comprobado que en Venezuela no hay gobernantes sino pillos y pistoleros, vinculados mediante una red de testaferros con el crimen organizado y, en especial, con el narcotráfico.
Lo más doloroso es que muchos venezolanos compraron la falsa idea de que tras esos militares golpistas había un proyecto social capaz de enderezar el rumbo del país y sembrar futuro y esperanza entre los ciudadanos. Poco tardó la sociedad en darse cuenta de que eran más de lo mismo o, para mayor desgracia, peor que todo lo que se había sufrido. Crueles, ignorantes e ineptos ensangrentaron las calles de Caracas y del interior sin lograr triunfar en ninguna de las dos intentonas, demostrando con ello que como militares insurrectos tampoco daban la talla.
Como si fueran extranjeros que desembarcaran en nuestro territorio para dedicarse a una desenfrenada rapiña, los militares golpistas se apoderaron de toda la riqueza que estuviera al alcance de sus garras, empezando por los ingresos extraordinarios provenientes del petróleo. Ingresaron a sus cuentas personales millones de dólares y se rodearon de lujos y comodidades que nunca habían soñado tener. Fue una borrachera interminable hasta que el precio del barril cayó por debajo de los delirios de grandeza de su líder.
La reconquista moral y política del país se convirtió en un reto inevitable. Surgieron nuevos partidos y líderes, organizaciones no gubernamentales, grupos civiles y militares críticos, movimientos juveniles y organizaciones de estudiantes que han tomado la calle y controlado valientemente el curso político del país, sin armas de fuego, con arrojo y valentía, y sin el temor a ofrendar a su vida al luchar en desigualdad contra los perros guardianes de la dictadura armados hasta los dientes.
La camarilla civil y militar madurista ha tenido que retroceder en tantas ocasiones que ahora se encuentra al borde del abismo. En todas partes se le cierran las puertas, en su propio partido las divisiones internas se profundizan, no todo el mundo está dispuesto a hundirse con Maduro, en quien solo ven a un dictador titubeante, sin credibilidad y dispuesto a hacer el ridículo bailando y cantando. No se quedan atrás los gobiernos del continente americano que, en su gran mayoría, ya no guardan silencio sino que le hablan duro y recio al dictador venezolano. La Unión Europea exige de forma imperiosa que se detenga la matanza de ciudadanos indefensos.
Con el simulacro de la constituyente (porque no es otra cosa que un simulacro, pues los resultados están listos de antemano) Maduro dice que llegará la paz. ¿Cuál paz? ¿La de los sepulcros? La suma de asesinatos cometidos por la Guardia Nacional Bolivariana, la Policía Nacional y los paramilitares bolivarianos ya sobrepasó las 106 víctimas. Esos muertos estarán siempre enterrados en tu conciencia, Nicolás. Nadie los olvidará.
Editorial de El Nacional