Foto: Télam
Haya sido un homicidio o un suicidio, la muerte, el pasado 18 de enero, del fiscal especial de la causa AMIA, Alberto Nisman, tuvo para la presidente Cristina Kirchner siempre el mismo significado: era parte de una operación montada para socavar la legitimidad de su gobierno por parte del «monopolio» y ex miembros de la Secretaría de Inteligencia que buscaron «sitiar» a la democracia «con el miedo y la extorsión».
La mandataria encolumnó detrás de su interpretación al oficialismo -político y «mediático»-, que denunció un «golpe blando», una «operación mediática», un «intento de desestabilización». Desde el PJ hasta la indómita Hebe de Bonafini, pasando por el ex juez de la Corte Suprema Eugenio Zaffaroni, todos salieron al unísono a denunciar que «la derecha» intentaba «tirarle un muerto a Cristina», y aprovechaban para recordar que «ahora los golpes de estado son distintos, se dan de otra manera; se hacen fundamentalmente a través de los medios de comunicación».
La «conspiración» parece haberse extendido y las «balas de tinta» contra la mandataria vienen ahora allende las fronteras: los periódicos The New York Times, The Washington Post y The Telegraph, la cadena CNN y la agencia Reuters, entre otros, han posado su mirada sobre la actitud de la mandataria y su gobierno ante el caso que convulsiona la política argentina. Y esa mirada no ha sido nada halagadora, por cierto.
En ese marco, resulta más que significativo el silencio que los mandatarios de la región -quienes enhorabuena han sabido ser proactivos defensores de la democracia ante intentonas golpistas- prefirieron cultivar por estos días. Con la excepción de Evo Morales, para quien «la muerte del fiscal Nisman fue una emboscada contra Cristina», el resto de «Nuestramérica» ha preferido honrar aquello de que en boca cerrada no entran moscas y, salvo alguna que otra declaración haciendo votos por el esclarecimiento de la muerte de Nisman, ha guardado silencio sobre el caso, manteniéndose a resguardo de la zigzagueante postura oficial.
Como la Presidente cuando recibiera amenazas por parte del Estado Islámico, el excepcional Morales también recomendó mirar al Norte. «Este proceso de integración no acepta a Estados Unidos», dijo el boliviano en declaraciones difundidas por la agencia estatal argentina Télam, y advirtió que como «ya no pueden hacer golpes de Estado, entonces buscan otras formas de golpe, de escarmiento, de amedrentamiento, especialmente a los presidentes antimperialistas». Sucede que, según el jefe de Estado boliviano, «el imperio no perdona a Venezuela ni a la Argentina».
Y es desde Venezuela, el otro país víctima de una emboscada del «imperio», que proviene el que tal vez sea el más estruendoso de los silencios. Ni una palabra ha dicho el líder del bloque bolivariano Nicolás Maduro -un mandatario muy afecto a denunciar conspiraciones imperiales- sobre la denuncia de la mandataria ni tampoco sobre las acusaciones que Nisman hiciera sobre el ex embajador venezolano Roger Capella, señalado por el fiscal como uno de los causantes de la maniobra para encubrir a los responsables del atentado a la AMIA.
Ni una palabra han dicho tampoco Rafael Correa, un inveterado gladiador contra las corporaciones mediáticas, ni los hermanos Castro, Raúl y Fidel, quienes cuentan con nada menos que cinco décadas de trayectoria desvelando conspiraciones imperiales y operaciones de inteligencia.
Igualmente ensordecedor es el silencio que guardan el Planalto y La Moneda. Tal vez la presidente Dilma Rousseff esté más ocupada por apagar el escándalo de corrupción en la petrolera estatal brasileña Petrobras, que días atrás se cobró el cargo de la presidente ejecutiva Maria das Graças Foster. Tal vez Michelle Bachelet esté más ocupada por intentar cumplir con sus promesas de campaña -la despenalización del aborto, la gratuidad de la educación universitaria y la reforma de los sistemas tributario y electoral-. Sólo tal vez.
Se entiende que Horacio Cartés no haya emitido palabra alguna de respaldo, aquejado como está por el Ejército del Pueblo Paraguayo (EPP), que el pasado 28 de enero asesinó a dos ciudadanos alemanes establecidos en el norte del país.
Kirchner cosechó, es cierto, buenos augurios del otro lado del Plata. El saliente José «Pepe» Mujica y el electo presidente Tabaré Vázquez manifestaron cada cual por su lado su consternación por el caso pero confiaron en que la investigación esclarecerá qué fue lo que sucedió con el fiscal. Eso sí: de intentos desestabilizadores, ni hablar.
Los retoños de la OEA, la Unasur y la Celac, fueron austeros a la hora de expresarse sobre la «operación» contra la mandataria: tanto, que ahorraron toda palabra sobre la cuestión y no expresaron ni una. De todos modos, la mandataria bien puede estar tranquila: ambos organismos cuentan con cláusula democrática, por lo que es inviable a nivel regional cualquier gobierno que no tenga legitimidad en las urnas. Prueba de ello puede dar Cuba, miembro de la Celac.
A las preguntas que se planteara días atrás desde su cuenta en Facebook, la presidente Cristina Kirchner podría sumar algunas más: ¿será que sus pares de la región no creen que haya un intento desestabilizador? ¿O será que habiéndolo, han preferido soltarle la mano? En cualquier caso, si la tocan a Cristina, qué quilombo se va a armar.
Escrito por: Juan Agustín Robledo
Fuente: Infobae