Si el beisbol venezolano hubiera descubierto a tiempo el talento que Hugo Chávez decía que tenía para jugar pelota es posible que la historia hubiera sido otra. Si la banda de rock que Javier Milei fundó en 1988 hubiera tenido éxito, tal vez otro inquilino menos estridente ocuparía la Casa Rosada. El quinteto roquero del ahora presidente se llamó Everest: la montaña más alta, la cumbre del mundo, nada menos. Everest se disolvió en seis meses. Milei aporreaba una guitarra electroacústica y cantaba. No tenía gran voz pero era un showman impecable, recuerda un integrante de la banda.
Fanático de los Rolling Stones, el presidente Milei electrificó a la sociedad argentina con “el más drástico ajuste fiscal jamás visto en una economía en tiempos de paz”, según análisis del diario británico The Financial Times, citado en Ámbito Financiero. Durante casi un año de gobierno, el mandatario roquero ha cosechado, sin embargo, éxitos económicos y derrotas políticas. Entre los primeros, está la reducción sensible del crecimiento de la inflación y la acumulación durante los diez primeros meses de su mandato de superávit fiscal a partir de recortes en las prestaciones sociales, jubilaciones, en las transferencias a provincias y universidades y en la reducción de la nómina gubernamental. La “motosierra” anunciada en la campaña electoral del año no para. Hay en el entorno de Milei un entusiasmo desbordado que raya, comentan, en el fanatismo.
La batalla económica no está ganada y tampoco la política. El Financial Times reconoce los logros, pero tiene moderado optimismo con la ruta trazada y recuerda que persisten grandes riesgos. ¿Escuchará Milei las advertencias o solo los elogios? “Soy considerado el máximo exponente de las ideas de la libertad en el mundo”, dijo de sí mismo en un programa de la televisión argentina.
El reconocido periodista y escritor argentino Jorge Fernández Díaz, autor de novelas, cuentos, ensayos e investigaciones periodísticas, compara a Milei en un reciente artículo en el diario La Nación con un bombero que apagó el incendio y salvó a los argentinos de morir calcinados, pero “el edificio quedó destruido por dentro, lleno de escombros humeantes, parece por momentos inhabitable, y ahora surgen dudas acerca de si el socorrista será capaz de pasar a una segunda fase: sanar a los heridos, contusos y chamuscados, y reparar y reconstruir con idénticas pericia y premura la casa de los argentinos”.
Es la hora de la política y habrá que ver si Milei, igual que sofocó las llamas, puede apaciguar su carácter, aunque ya está visto que la personalidad de los mandatarios no es factor decisivo en su elección, y él aún vive la euforia del triunfo electoral y de sus ejecuciones más recientes. Fernández Díaz lo describe como un hombre siempre al borde de la ira, que se molesta ante la pregunta más simple de los periodistas y que se expresa sobre cualquier cosa, importante o menor, con una violencia verbal propia de las redes sociales. “No solo se metió con la casta, sino con los jubilados y la gente, que lo siguen apoyando porque creen que va en el sentido correcto, pero es un resorte emocional que no se sabe cómo va a reaccionar”.
Admirador de Donald Trump, como antes de Mick Jagger —el presidente y sus muchachos celebraron el triunfo electoral del republicano con corbatas rojas—, hay apenas semejanzas secundarias entre ellos: uno, dice Fernández Díaz, es un proteccionista nato y el otro un anarcocapitalista.
Ambos comparten la idea de “salvadores de la patria”: una conducta soberbia que, vaya paradoja aparente, se cultiva a la izquierda y a la derecha del espectro político y conduce, en nombre de sus ideas iluminadas, a cercar la alternancia y la disidencia. “Él es así. Se mete en algo y hasta que no llega al hueso no para”, recordaba el exintegrante de Everest.
Editorial de El Nacional