Se está produciendo este fenómeno: casi a diario circula un nuevo informe sobre la situación de Petróleos de Venezuela. El origen de estos análisis es diverso. Los producen compañías de seguros, bufetes de abogados, expertos economistas cuyos clientes son acreedores de Pdvsa, grandes empresas contratistas, gobiernos de distintos países, así como empresas petroleras que tuvieron o tienen algún vínculo con la que, alguna vez, fue la tercera empresa petrolera más grande e importante del mundo. Estos informes, debo aclararlo, no tienen un enfoque político, sino que, en la medida en que la información disponible lo permite, tienen un carácter técnico.
Como es natural, las preguntas a las que contestan estos informes son de distinto carácter. Unos se preguntan por la capacidad de pago de Pdvsa, en 2018 y en los próximos tres años. Otros se enfocan en la realidad actual y en las proyecciones relativas a la producción. Otros analizan las capacidades técnicas y profesionales de Pdvsa. Algunos, más especializados, describen con alarma el estado de las instalaciones petroleras y petroquímicas, así como los riesgos extremos en que los trabajadores están operando, con el silencio cómplice de la mayoría de las organizaciones sindicales.
En términos generales pueden detectarse siete materias sobre las que existe algún consenso. Las resumo a continuación. Una: Petróleos de Venezuela ha sido destruida y quebrada. No hay ni una sola de sus actividades que no presente indicadores de deterioro altos o muy altos. Dos: la producción continuará cayendo a lo largo de 2018 y en los próximos años. Esto es irreversible. Tres: Pdvsa no cuenta con los profesionales calificados ni las capacidades técnicas y financieras necesarias para aumentar la producción. Peor todavía: no cuenta ni siquiera con lo necesario para mantener la producción actual. El destino inmediato pronosticado es el de continuidad en la caída de producción. Cuatro: el estado general de las instalaciones –ello incluye a oficinas, comedores, canchas y campos deportivos, estado del pavimento, muelles y otros–, especialmente las que implican riesgos de carácter operativo, presentan alarmantes evidencias de deterioro, que podrían ser causa de accidentes laborales, de consecuencias imprevisibles. Cinco: un capítulo de especial interés se refiere a la crisis de transporte de la industria, cuyo parque automotor y naviero está en las peores condiciones. Seis: los ambientes de trabajo presentan cuadros recurrentes de ausentismo, baja motivación, tensiones entre sindicatos y el nivel gerencial, así como una atmósfera generalizada de desconfianza e incertidumbre hacia el futuro inmediato. Siete y final: hay una constante que se repite en los distintos informes, que engloba a la opacidad, falta de transparencia y gestión marcada por la corrupción. Pdvsa ha sido transformada en una organización de mafias y clanes, que defienden sus parcelas de prebendas y corrupción, a un costo institucional y para el país muy alto, que es el de la desviación total de los fines propiamente empresariales que alguna vez rigieron los destinos de Pdvsa.
Todo lo anterior nos conduce a una conclusión: Pdvsa está agotada. Ha perdido su capacidad para generar los dólares que el régimen necesita para mantenerse en el poder. No los puede producir ahora ni podrá generarlos en los próximos meses. La tendencia al declive no puede revertirse, porque ella es indisociable de la estructura gigantesca de corrupción que toma las decisiones. Salvar a Pdvsa solo es posible una vez que el gobierno de Maduro salga de la escena.
El estado crítico de Pdvsa, que empeorará durante los próximos meses, producirá dos consecuencias: una, de carácter nacional, que será la de agravar todavía más la oferta de productos básicos como alimentos y medicinas, entre otros. La segunda consecuencia agudizará sus efectos políticos: disminuirá la cantidad de dólares para repartir entre los militares y los principales socios del régimen. La oligarquía que gobierna a Venezuela también se verá obligada a reducir su tamaño. No hay ni habrá dólares para mantener las lealtades, como ha ocurrido hasta ahora.
Sin dólares para los CLAP –cuyas entregas son cada día más espaciadas, más precarias y más cargadas de productos dañinos para la salud–; sin petros que tengan alguna utilidad, más allá de la puramente retórica –no son criptomonedas, como anunciaron con desplante propio de los ignorantes, sino un supuesto activo respaldados por reservas–; y sin posibilidades de obtener financiamiento para salvar a Pdvsa e incrementar la producción, la supervivencia del régimen no es posible. Insisto: sin Pdvsa, sin dólares y sin ninguna otra alternativa, el final del régimen es inevitable.
Editorial de El Nacional