No es la primera vez que el Gobierno de Estados Unidos afronta el riesgo del llamado abismo fiscal, es decir, la suspensión de pagos y sus secuelas inmediatas. Una vez más, la disponibilidad de recursos para evitarlo depende de la autorización del Congreso para aumentar el llamado “techo” de endeudamiento federal, autorización que para el gobierno de Barack Obama ha sido cada vez más complicado lograr.
La gestión demócrata que se inició en enero de 2009, heredera de costosos compromisos bélicos internacionales y bajo la presión recesiva que comenzó en 2008, ha operado bajo crecientes déficit que han hecho necesarias sucesivas negociaciones para aumentar el límite del endeudamiento. Simultáneamente, ha crecido la presión política desde el ala más conservadora del Partido Republicano en cada ocasión que se requiere su voto para evitar lo que, dentro y fuera de Estados Unidos, puede tener graves consecuencias.
La gestión de Obama ha procurado lograr cierto equilibrio entre la austeridad económica para superar la recesión y la atención a programas sociales para atenuar su impacto. De allí su compromiso con el llamado “Obamacare”, una iniciativa para la atención sanitaria asequible, ya aprobada por ley, en un país que, a diferencia de otras sociedades desarrolladas, no cuenta con un sistema público de protección sanitaria.
Y es precisamente ese programa la piedra de tranca que el ala más radical del Partido Republicano ha puesto sobre la mesa, desatendiendo en su irresponsabilidad y malos cálculos las voces más y menos veteranas de sus propias filas que advierten sobre las consecuencias de tal actitud.
Esas consecuencias se verán con el paso de los meses. En lo inmediato, la obsesión por “salvar a los norteamericanos de la reforma sanitaria” (según el líder republicano en el Congreso, John Bohemer) mediante la presión económica sobre el gobierno de Obama perfila resultados muy negativos tanto para el país como para el proyecto de renovación y fortalecimiento electoral del propio Partido Republicano, como han advertido sus líderes más responsables. El precipicio, pues, no se asoma únicamente para Obama. Vale advertir también que, desde Venezuela, estos episodios merecen una reflexión serena.
No obstante la agresividad de las posiciones y el discurso opositor, incluida las adjetivaciones ofensivas del congresista republicano Ted Cruz en una perorata que duró 22 horas, el presidente Barack Obama ha mantenido una actitud firme y a la vez sobria ante un asunto de evidente trascendencia para su país y el mundo.
Del respeto a la separación de poderes, de la consideración de las corrientes de opinión y de la pluralidad política, incluso dentro del Partido Republicano, surgirá la salida. Mientras tanto, en reconocimiento de las dificultades y prioridades nacionales, sin rebuscar excusas, Obama se vio obligado a suspender varios importantes compromisos internacionales.
Editorial de El Nacional