A pesar de la tragedia de hambre y muerte que viven los venezolanos, el señor Maduro insiste en pedirle apoyo al “pueblo” para trazar el plan de gobierno. Menudas ganas de fracasar porque nadie puede exigirle al pueblo que le dé ideas a alguien que durante su mandato no ha hecho otra cosa que reducir la esperanza de vida de los ciudadanos, quitarle los alimentos básicos a la población, desnutrir a los niños y negarles las medicinas a los enfermos y a los ancianos.
¿Qué clase de plan de gobierno pueden sugerirle a tan limitado gobernante que, entre otras cosas, ha reducido día a día las opciones de la gente común para, al menos, sobrevivir y alimentar a su familia? Se supone que el control de los barrios es una tarea que corresponde a los militantes del Partido Socialista Unido de Venezuela, y que desde la base popular se elevan las críticas y las esperanzas de los militantes y los simpatizantes. Así es, siguiendo el modelo cubano, la manera como debe operar una organización revolucionaria, vertical y obediente.
Pero qué sucede hoy en Venezuela cuando el hambre y la necesidad de proteger a los niños y a los ancianos, a los enfermos crónicos, a los trabajadores de las gobernaciones y alcaldías que son castigados dura y arbitrariamente porque, al ser funcionarios de larga data y siendo empleados que no han cometido error alguno de acuerdo con las exigencias de su cargo, entran en la categoría de “enemigos del gobierno”.
A partir de allí, de esa condena de odio y extrema discriminación implantada por socialismo del siglo XXI, estos venezolanos caminan por el mundo como ciudadanos de segunda, tachados como inhábiles a la hora de recibir los derechos y las protecciones que el Estado está en la estricta obligación de prestarles. Que ahora se les llame a contribuir en el alargamiento nefasto de este prolongado acto de sumisión solo puede indicarnos el grado infinito de cinismo de la cúpula gobernante.
Los dictadores son aficionados a extender sus sueños de poder y, desde ese punto, podemos entender su debilidad intrínseca. Aunque se saben débiles y finitos, insisten en el espejismo de la permanencia ya sea por trapisondas aparentemente constitucionales o por argucias electorales que no son otra cosa que gajes del oficio en los casinos de Las Vegas.
El señor Maduro acepta el papel de marioneta que le ha tocado en un momento débil de las instituciones de Venezuela. Juega, pues, con las cartas marcadas; pero todo el mundo sabe que su figura se asemeja a un castillo de naipes, frágil ante cualquier movimiento y dependiente en grado sumo de quienes sostienen la mesa. Si la mueven le borran el futuro que quiere construir inútilmente con un pueblo que rápidamente ha comenzado a rechazarle. Su reemplazo está sobre la mesa, aunque su entorno íntimo finja lo contrario. Así es la historia y todo indica que aquello que puede ocurrir, pues ocurrirá.
Resulta fundamental insistir en que toda Venezuela debe prepararse para un cambio de rumbo que, entre otros importantes asuntos, requiere establecer un clima de entendimiento que nos ayude, por encima del cinismo, a crear un amplio espacio de alianzas más allá del resentimiento.