El náufrago que afirma haber sobrevivido durante 13 meses en el Pacífico a la deriva, ha confesado este martes que pensó en suicidarse para abreviar su calvario, pero la esperanza de ver a los suyos y el sueño de tomarse una tortilla mexicana lo mantuvieron.
Así se lo ha relatado a la agencia AFP José Salvador Alvarenga, este pescador salvadoreño residente en México que fue rescatado en un aislado atolón de las islas Marshall tras una larga odisea de unos 12.500 kilómetros. «No quería morir de hambre», dijo este hombre de 37 años que habla español y que actualmente se encuentra hospitalizado en Majuro, la capital del archipiélago.
«Hubo momentos en los que pensé en suicidarme, pero tuve miedo de hacerlo», declaró este ferviente católico, levantando los brazos al cielo.
Hambriento, soñó a menudo con sus platos favoritos. «Después despertaba y todo lo que veía era el sol, el mar y el cielo. Mi sueño desde hace un año es comerme una tortilla (oblea de maíz especialidad de la cocina mexicana) de pollo y repleta de otras cosas», dijo a AFP.
También se acordaba de sus padres José Salvador Alvarenga, que dice no estar casado pero tener una hija, Fátima, a la que sueña con volver a ver pronto.
Hoy pudo ponerse en contacto con su familia, según fuentes hospitalarias. «Habló con su mamá y su papá esta mañana y ya ha sido dado de alta del hospital» dijo a Efe Ron Mendoza, uno de los médicos del Hospital de Majuro, la capital de las Islas Marshall, al explicar que el paciente solamente tiene las enzimas del hígado elevadas, un problema que vinculó a la inanición.
Alvarenga recibió hoy el alta médica y fue trasladado a un alojamiento temporal a la espera de su repatriación.
«Creía que estaba muerto»
Los padres del náufrago han señalado en declaraciones a la cadena CNN que están «muy felices» de saber que su hijo está vivo y que pronto será repatriado a El Salvador. «Doy gracias a Dios de ver a mi hijo, creía que estaba muerto», dijo a la cadena de televisión su madre, María Julia Alvarenga, quien vive con su esposo Ricardo Orellana en una comunidad de la playa Garita Palmera, a 118 km al suroeste de San Salvador.
El padre creía que su hijo se había perdido o muerto, aunque la madre aún confiaba en que siguiera con vida, según recoge el diario La Jornada. Cuando soñaba con él «lo veía normal», dijo María Julia Alvarenga, que añadió: «Solo quiero tenerlo aquí con nosotros».
Alvarenga es oriundo de la localidad salvadoreña de Garita Palmera, y su último lugar de residencia se encontraba en Costa Azul, en el estado mexicano de Chiapas, de acuerdo a la Secretaría de Relaciones Exteriores de México.
El pescador aparentemente partió de México a finales de 2012 en una expedición para pescar tiburones en aguas de El Salvador junto a un compañero, que supuestamente murió al cabo de unos meses en alta mar.
«No llegaba a conservar la comida cruda en su estómago y vomitaba sin cesar. Traté de darle de comer tapándole la nariz, pero no funcionó», según Alvarenga. Su acompañante murió de hambre y él arrojó su cuerpo por la borda: «¿qué otra cosa podía hacer?».
En Costa Azul, Villermino Rodríguez Solís asume que su hijo podría ser el acompañante que menciona Alvarenga, según recogen diversos medios. «Aquí los compañeros fueron en lanchas a buscarlos, estuvieron cuatro días buscándolos», dijo Villermino.
Los habitantes de este poblado pesquero cercano al pueblo de Tonalá conocían a Alvarenga por el apodo de «La Chancha», un término que describe a personas corpulentas.
Su barco de siete metros fue arrastrado el 30 de enero de 2014 hasta un arrecife cerca de Ebon, un remoto atolón de las Islas Marshall, donde los lugareños lo encontraron y tuvieron problemas para comunicarse con él porque solo habla español.
Las autoridades de las Islas Marshall enviaron un barco a Ebon para trasladarlo a Majuro.
Alvarenga manifestó que sobrevivió tantos meses al beber la sangre de tortugas cuando le faltaba agua de lluvia y comiendo quelonios, aves y peces que cazaba con las manos.
Cada vez que escuchaba el choque de su modesta embarcación con un objeto se trataba del caparazón de una tortuga marina. «Podía inclinarme fuera del barco y atraparlas», aseguró a la agencia AFP antes de confesar que «lo más duro fue beber mi orina, cuando no llovió en tres meses».
Fuente ABC