Nunca antes había sido tan palpable lo peligroso de la selva del Darién en Panamá. Para esa nación se trataba de un tapón, una defensa de su frontera que muy pocos se atrevían a cruzar. Hace unos cuantos años no había tanta necesidad, tanta emergencia por salir de algunos países latinoamericanos. Pero con lo que ocurre en Venezuela, con lo que se ha exacerbado en Cuba, con la precariedad que hay en Haití y la terrible situación de Nicaragua, la gente se lanza a ver si llega a conseguir el sueño americano. Casi imposible.
De los venezolanos, se podría decir que millones han cruzado las fronteras hacia el sur y por esos caminos también han conseguido obstáculos que les han quitado la vida a muchos, sin contar con la delincuencia, la trata de persona, la xenofobia y las enfermedades (además del hambre que llevan a rastras). Sin embargo, en los últimos meses ha aumentado el número de personas que salen del país, cruzan Colombia y luego se enfrentan con el Darién. También le pasa a los haitianos y los cubanos han dejado la idea de la balsa para ponerse a caminar. En cuanto a los venezolanos, las fuentes extraoficiales aseguran que en lo que va de 2022 han muerto 10 en la zona.
Las organizaciones no gubernamentales y los organismos multilaterales siguen llevando estadísticas y advirtiendo el peligro de este paso. Los portales de noticias cada cierto tiempo anuncian salidas de caravanas con miles de migrantes y, si tienen suficiente suerte, llegan a México, en donde se les acaba el camino. Antes de salir a su gira por el Medio Oriente, Joe Biden recibió en la Casa Blanca a Andrés Manuel López Obrador; no se sabe cuánto tiempo hablaron pero sí que el mandatario mexicano le propuso aumentar el número de trabajadores temporales mexicanos y centroamericanos como una forma de descongestionar la acumulación de migrantes en la frontera, pero no obtuvo respuesta inmediata.
La iniciativa de López Obrador no debería ser aislada. No se trata de que el gobierno de Panamá invierta dinero en abrir caminos por el Darién o que se planifiquen los pasos por los ríos más peligrosos; tampoco que organizaciones pongan puestos a lo largo de todo el recorrido para socorrer a los migrantes. El problema no puede resolverse con pañitos calientes. Aunque mucho hay que agradecer a las oficinas de la ONU para refugiados y a otras organizaciones que tratan de ayudarlos, así como a gobiernos solidarios como el de Iván Duque en Colombia.
Pero hay que insistir, no se puede seguir tratando el tema de manera aislada y espasmódica. Hay mucho que asumir, porque la crisis migratoria, una constante en Latinoamérica, nunca había alcanzado estos niveles antes de que los venezolanos comenzaran a salir en masa del país. Y hay que reconocerlo, comenzando por el propio López Obrador, que tiene una gran parte de la carga de este problema al ser presidente de la última frontera; el mandatario mexicano debe entender que su amigo Nicolás Maduro es la causa, pero también su compinche Miguel Díaz-Canel en Cuba y el tercero del grupo, Daniel Ortega.
La crisis migratoria es un asunto muy profundo pero con una gran raíz política. Promover la solución de estos problemas es la mejor manera de reconstruir estos países para que ninguno de sus nacionales tenga necesidad de arriesgar la vida en la huida.
Editorial de El Nacional