EEUU, de 2008 a 2013 ha aumentado un 27% los participantes solo en la prueba
Para España el ascenso en ese mismo periodo ha sido del 100%
Aún no hay signos de quiebra pero sí síntomas de agotamiento
Madrid, se vio relegado a un segundo plano por la masificación
Hoy es Barcelona la ciudad líder en maratonianos
Maratón de Nueva Yok. Big Show on Sunday. Domingo de carreras. También en Auckland u Oporto. Porque, en efecto, Oporto tiene un maratón que vive callado tras su hermano mayor, el de Lisboa. Todas muestran este domingo un espectáculo que mueve masas y horas de retransmisión televisiva. Y que ha dejado de ser exclusivo reino de Nueva York, Berlín, Londres o Chicago. Porque una generación de hermanos pequeños apunta alto.
El equivalente histórico de Oporto en España ha sido Barcelona, pero hay más. El maratón de Valencia se colocará la próxima semana a un nivel de participación similar a clásicos como San Diego, Hamburgo o Los Angeles. Catorce mil participantes en una prueba que, allá por los dificultosos años noventa no sabía bien qué aplicar para llegar a dos mil. En una ciudad de tres cuartos de millón de habitantes que despiertan cada día bajo la amenaza de punzantes noticias económicas, millón y medio de euros son invertidos con la esperanza es captar un retorno seis veces mayor.
El cambio está impulsado por los baremos en los que se aplica la máxima que forjó el equipo del maratón de Nueva York con Fred Lebow a la cabeza: la carrera es también un negocio para la ciudad. Se estima que la ciudad recibe de manera directa 340 millones de dólares. Pero ‘ciudad’ y ‘negocio’ son dos bombas de relojería que viven de cruzarse a diario. La ciudad europea vive en mitad de una crisis financiera insostenible. Y cualquier reclamo es bien aceptado.
«El maratón de Sevilla superará su récord de participación en dos mil corredores», se anuncia del mismo modo a cuatro meses de la prueba. Cuando hace diez años corríamos este maratón por las desoladas avenidas de la Cartuja nadie esperaba que aquel dinosaurio urbano pudiese acoger tantos participantes como un evento del rango de Frankfurt o Madrid.
Cuarenta y ocho horas después del anuncio se habla de ocho mil accesos para inscribirse en cincuenta minutos. El sistema informático que trabajaba con la base de corredores preinscritos, se bloquea y las redes sociales se encolerizan. El maratón pasa de ser una fiesta a un quebradero de cabeza. El peaje de la masificación.
La participación masiva de corredores no es un problema. Es un regalo de los dioses. La gestión es el problema.
«¿Masificación en el Maratón de Sevilla?» Sí. Once mil corredores. Cifras impensables hace cuatro años. La participación masiva de corredores no es un problema. Es un regalo de los dioses. La gestión es el problema. El salto de organizador de eventos locales o regionales a empresas obligó a emplear medios técnicos y humanos a otra escala. O llega el caos, como en el caso del 30 de octubre pasado.
Nueva York no puede permitirse el lujo de esas situaciones. Tuvieron bastante con el debate generado tras el Huracán Sandy y la cancelación de la prueba. Mejor dicho, la gestión de la ciudad y el alcalde Bloomberg recibieron el mensaje: con el maratón es mejor no jugar.
De lo local al hiperespacio
En 1982 se fundó la Asociación Internacional de Maratones (AIMS). Hoy día la preside un valenciano, Paco Borao, cabeza pensante del maratón más expansivo de los últimos tres años. También es presidente del club que organiza el maratón de Valencia. Apuesta a lo grande por la solidez que le da un circuito plano y que circula por el centro y unas buenas conexiones de avión con miles de turistas deportivos (recibirá 3.000 corredores extranjeros). «La culpa la tiene Correcaminos», aseguró recientemente Borao.
La Sociedad Deportiva Correcaminos impulsó correr por las calles en la ciudad de Valencia. Del mismo modo que el veterano New York Road Runners Club gobierna el destino del boom del correr en los años setenta. Valencia era un maratón menor a nivel internacional y que ocupaba la ciudad casi como un incómodo previo a las Fallas. Corría 2011 y el maratón de Valencia anunciaba que se cancelaría la edición sobre las tradicionales fechas de Febrero. Con miles de participantes efectuando planes, reservados hoteles y transporte, se toma una decisión peleada y estratégica: el paso al otoño.
Pero todas las nuevas organizaciones aplican los tiempos e inversiones de ese modelo neoyorquino. Porque el maratón de Nueva York también tuvo en su día dos mil corredores. Promoción exterior, implicación de la ciudad (los famosos pasos por los cinco barrios) en el fin de semana del maratón, explotación privada de los costes. «La fecha de nuestra carrera debía de colocarse en el trimestre final de año si queríamos atraer a esos corredores europeos», asegura el presidente de la AIMS y del club valenciano.
Se ha pasado del modelo ochentero a las grandes ideas y consultoras. De momento, todo apunta a un enigmático tono pastel. La economía real de las ciudades españolas vive momentos preocupantes. Al mismo tiempo el consumo del español en ‘running’ se ha disparado. Todos esperan un nuevo informe del mercado tras las cifras de 2013. Los famosos 300 millones de euros generados por el correr.
Y el maratón es el punto culminante. También en un país con 2.5 millones de practicantes de la carrera a pie. Véase lo que ocurre con Nueva York o Boston. Viajar, comprar, contarlo y coleccionar hazañas. La oferta se multiplica con nuevas carreras otoñales surgidas de vacíos maratonianos: Málaga, Castellón y Murcia.
Pero se empieza a otear cierta sospecha. Quienes pagan generosamente, se inscriben desde meses antes y corren dudan:¿Podría explotar la burbuja en la manos de algún maratón?
Sin ir más lejos el maratón de Chicago, vivió en 1991 una huida de patrocinadores que estuvo a punto de mandar todo a paseo. Hoy cuenta con 40.000 corredores y está patrocinado por Bank of America. Pero hace veinte años todo pudo quebrar por hacer las cosas a espaldas del corredor.
El capo de la carrera, Lee Flaherty, y el director técnico, Bob Bright, inflaron los costes. No había contratación que se les resistiese. Unsponsor como Beatrice Corp. soltaba hasta 3 millones de dólares en una época de recalentamiento: los ‘roaring eighties’, la primera burbuja estadounidense. De nuevo, Nueva York se adelantó. Posición que no perdería hasta hoy. Chicago perdió una década en la carrera armamentística del organizador de maratón. La pregunta: ¿Qué no haría en este caso la organización de la Gran Manzana?
El historial de varios eventos españoles lastró las preferencias de corredores. Y en Nueva York pocas quejas se han escuchado. Al contrario, siempre fascinación. Durante las décadas de los ochenta y noventa, el maratón de Madrid servía de punta de flecha al fenómeno del maratón. Era el hermano mayor que, sin discusión, vivía de la densidad de población corredora. Madrid tuvo una década de estancamiento previa al cambio de siglo. En su contra, un duro circuito y a veces solitario, haciendo oídos sordos frente a determinadas demandas de los corredores. Era un gran beneficiado del tirón de visitas a la ciudad y su posición relativa como maratón internacional en el país.
El maratón de Barcelona es, desde 2006, una especie de Paulina Bonaparte de las carreras. La hermana menor del Emperador, Madrid, y vivía en un segundo plano. Pasó por el amargo trago de la suspensión. Por primera vez en España se suspendía un maratón. Objetivos no cumplidos de popularidad y una ciudad que en cierto modo vivía de espalda a la carrera. Se hizo cargo de la organización un gigante de los eventos deportivos. A.S.O. trasladaba su maquinaria desde un evento como el maratón de París. A su lado, una plataforma de experimentados corredores barceloneses avisaba: Nunca dar la espalda al cliente. París, a su vez, bebía directamente de la experiencia del maratón de Nueva York.
De manera inmediata, Barcelona se transformaba en una figura deslumbrante. En ocho ediciones se pasó de 4.000 a los 20.000 inscritos. Barcelona es esa hermanísima de Napoleón, la Gina Lollobrigida que quitó el hipo a Stephen Boyd en la película. Pero con una línea azul pintada en el asfalto.
Los grandes eventos deportivos están más expuestos a esa espada sobre sus cabezas. Cancelaciones, relevos en las directivas, escándalos financieros y discutidas infraestructuras que generan agujeros y malestar. La pasión no sostiene presupuestos deficitarios ni llena inscripciones. Mientras Nueva York sigue con el ‘no hay entradas’, los hermanos pequeños del maratón viven su pequeña pesadilla.
Nuestra Sevilla ha apostado por hacer accesibles los precios de inscripción. Se ha ganado la fama del ‘maratón más económico’. En un escenario de sueldos congelados y gasto creciente en deporte, es un caramelo demasiado visible.
Asociada durante décadas al Instituto Municipal de Deportes de Sevilla, los puentes sobre el Guadalquivir, la Expo’92 y el el yermo Estadio de la Cartuja se aprovecharon para el maratón en pero seguíamos siendo dos mil y pocos, esparcidos por anchas avenidas y lugares ‘que no eran Sevilla’ para el visitante.
Además, la explosión de otro evento regional, los 101 Kilómetros de Ronda, se había llevado el glamour aventurero de los corredores andaluces. En sus modalidades, bicicleta de montaña y carrera, recibía 25.000 solicitudes para 7.000 plazas ya en 2004. A su manera, correr por Ronda era como atravesar el Queensboro Bridge. Y fidelizó a una masa de corredores.
Ese es precisamente otro de los retos: la gestión de miles de corredores ansiosos por obtener una plaza. Los equipos informáticos de inscripción han de deglutir un efecto llamada con dos cabezas: por un lado la creciente popularidad de un evento. Por otra, como el caso del maratón de Sevilla, el evidente gancho de precios populares. Retroalimentado por la multiplicación viral de las redes sociales. A los corredores se les engancha rápidamente, pero no se puede limitar la generación de una bola de nieve de opinión desfavorable.
Corredores pasan por un punto de refresco del maratón del año pasado en Valencia.Benito Pajares
Al mínimo fallo, en el perfil de Facebook de la carrera se agolparon más de 400 mensajes. La exposición al público de los entresijos y procesos de la carrera es una esclavitud a la que jugar sin remedio. ¿Se está jugando con fuego?
Un evento masivo no es un mercadillo. El ‘low cost’ tiene un límite.Los costes de logística y de personal no se solucionan con un centenar de voluntarios y ocho camiones en cuatro sitios a la vez.Los costes se agigantan con el cambio de escala. La inversión se recorta. En mitad de una época de recesión ha triunfado el ‘deporte barato’, correr.
El ‘running’ es una actividad barata de practicar pero costosa de organizar. Pero es un géiser del que ninguna ciudad quiere bajar. El asunto es intentar competir con una ciudad, la neoyorquina, volcada con el evento. Sobran voluntarios. Se cuenta con la logística del ejército y de la NYPD y de quien haga falta. A tantos pies cúbicos de espacio por corredor, lo que haga falta.
Ese géiser tienta a los organizadores a multiplicar los eventos. En la eterna referencia, Estados Unidos, de 2008 a 2013 ha aumentado un 27% los participantes solo en la prueba de maratón. Medio millón de personas en total cumplimentaron los 42.195 metros en suelo yanqui. Para España el ascenso en ese mismo periodo ha sido del 100%. Se ha pasado de 28.000 a 57.000 participantes, según señala el blog ‘La república del running’.
Aún no hay signos de quiebra pero sí síntomas de agotamiento. Madrid, se vio relegado a un segundo plano por algunos de ellos. La eterna mirada crítica del corredor hacía sangre con las cifras de inscritos anunciadas, la masificación de tres eventos de 10, 21 y 42 kilómetros en la misma mañana -y la misma línea de salida- o la negativa durante años a hacer caso a propuestas de los participantes sobre el recorrido. El NYRRC nunca pensó en multiplicar los eventos el mismo Domingo. Por algo sería.
¿Será Madrid o alguno de sus rebeldes hermanos pequeños quien pague las consecuencias de esta creciente nube de espuma?Mientras tanto, observemos y aprendamos de esa manzana mordida por los maratonianos de medio mundo.
Fuente: El Mundo.es