No han sido pocos los que han subestimado la alharaca que se ha formado por el retiro de varias piezas de propaganda de la sede de la AN. Piensan que se está ante una trifulca innecesaria, ante una polémica banal por la expulsión de un par de retratos. Sin embargo, es un tema de interés vital para el resguardo de los hábitos republicanos, para la salvaguarda de la conciencia nacional. No se han expulsado de la sede la AN las imágenes de unas figuras importantes para la sociedad, sino unos instrumentos de orientación banderiza que no debían estar en el lugar que se les había concedido.
El caso del retrato de Chávez es el más escandaloso. ¿Por qué se había entronizado en un espacio cardinal para la república, en solitario, sin la compañía de los jefes de Estado que lo habían precedido a través de la historia? ¿Por qué esa insólita singularidad, ese sitio estelar que subestima al resto de los presidentes y a estadistas fundamentales? ¿Es que merecía el altar que se le había edificado?
En su afán de convertirlo en flamante padre de la patria y fabricar un culto patriotero para ocultara los desmanes y las arbitrariedades del régimen, la liturgia de los mandones le dio altar exclusivo en uno de los lugares simbólicos del republicanismo venezolano: el histórico Capitolio Federal que ha sido asiento de la representación nacional desde el siglo XIX.
Es evidente que los oficialistas, prevalidos de su hegemonía en el Parlamento, no solo cometían una arbitrariedad a la hora de juzgar la trascendencia de los presidentes que hemos tenido, y también una extralimitación en el aprecio de las virtudes del canonizado, sino que soltaban el freno del embeleco personalista que tanto daño ha causado a la ciudadanía.
De allí que la decisión de retirar sus estampas supuestamente dotadas de patriotismo singular sea una decisión constructiva cuando se está ante la obligación de enderezar los pasos torcidos de la política venezolana.
En torno a la expulsión de una imagen de Bolívar pudieran presentarse observaciones de peso, si consideramos la trascendencia de quien se ha juzgado como el artífice fundamental de nuestra historia, pero en realidad no estamos ante el exilio de su retrato como han querido escandalizar los chavistas.
El retrato del Bolívar no ha sido desterrado de la AN, sino una muestra particular de su iconografía, una pieza fabricada a la medida por el régimen para funciones de proselitismo político, una insólita fragua a través de la cual se pretendía cambiar la imagen verdadera del héroe para convertirla en un prototipo insólito que le sirviera a la “historia” chavista como herramienta para el cambio de la memoria de la sociedad y para que el “comandante eterno” fuera su pareja. El republicanismo se ha fortalecido con esa decisión, por lo tanto.
No estamos ante un episodio trivial sino ante una toma de conciencia digna de atención. El simple hecho de evitar que el Capitolio Federal mantuviera una atmósfera de feria pueblerina, ya es digno de encomio.
Editorial de El Nacional